Incendio global

ESPAÑA, Portugal y Francia arden por los cuatro costados en una calorina de espanto. Lenguas de fuego monstruosas, terror de pavesas voladoras, achicharran, machacan y convierten en hollín inmensos paisajes de monte, pastos, alquerías y cultivos. Pueblos señeros -Valencia de Alcántara- y comarcas famosas por su naturaleza -Sierra de Béjar, Sierra de Aracena- sufren el paso terrible del infierno, las calderas de Pedro Botero con pecadores cocidos en las brasas que atizan Satanás y malvados, rabudos demonios. Los aterrorizados veraneantes en este carbón de catástrofe tartamudean, lloran ante los reporteros. «Nunca habíamos visto algo así. Qué lástima que usted no haya conocido los castaños, encinas, pinos y verdor que teníamos». Nada es casual. El calentamiento climático, el incendio global pronosticado por científicos serios, acusados de apocalípticos por el capitalismo salvaje y los gurúes del despilfarro, chamusca la maltratada piel de toro ibérica, cuarteada por insensatas mareas de cemento inmobiliario, industrias jetas que no depuran sus vertidos y un desmadre colectivo enloquecido de coches exhibicionistas y lujo sultanesco, auspiciado por el lema de: «Sólo el que gasta mucho es feliz, conocido y envidiado». Así va la feria. El despendole energético, sin llamada a la moderación en el consumo por gobiernos irresponsables, causa esta cruel torradera. De no cambiar ya nuestra forma de vida hacia la sencillez, la decencia y no ansiar tantos bienes pateando al vecino, insolidariamente, arderán hasta nuestros calzoncillos, Kalvin Klein, carísimos, por supuesto si quieres ser guay y comerte roscas en la noche de los pijos. Los del culo al aire habitantes del Tercer Mundo, míseros y carentes de gayumbos, bastante hacen con rebuscar en las basuras mientras sus corruptísimos representantes acuden a Marbella a gozar en la feria de famoserío trincón. Desde Puerto Banús, los ladrones ríen en el yate sobrevolado por ceniza.