EL RINCÓN
Luz, más luz
LA OLA SECA de calor está provocando problemas de suministro eléctrico en media Europa. Se gasta energía por un tubo de aire acondicionado, pero no es cierto que todo el mundo lo tenga conectado durante horas y horas: sólo pueden hacerlo quienes lo instalaron previamente. Atravesamos un verano tan caliente como todos, pero más caliente que ninguno. Al menos eso aseguran los más viejos de la localidad, entre los que por cierto empiezo a encontrarme. Lo peor son los muertos a consecuencia de eso que llaman «un golpe de calor». Nadie se extraña de que en invierno muera alguna gente de frío, casi siempre personas que empleaban todo su tiempo, con dedicación exclusiva, a ejercer la mendicidad. Lo que nos sigue sorprendiendo es que alguien se muera de calor. Es prematuro hacer el luctuoso balance, ya que ocurre lo mismo que en los accidentes ferroviarios: el número de muertos aumenta a medida que fallecen los heridos de mayor gravedad. Es indudable que los incendios, casi todos provocados, como es tradición española, hacen subir la temperatura, pero no son los únicos culpables. He observado que buena parte de la responsabilidad de que haga tanto calor incumbe a los que se quejan de que lo haga. Cada vez que alguien dice «¡qué calor hace!» sube medio grado en los barómetros. Y si dice «¡uf, qué calor hace!», anteponiendo la interjección onomatopéyica, sube un grado. Lo mejor es no decir nada. Sin comentarios. Hay que aguantar con una sonrisa, a ver si se nos hiela en los labios y nos proporciona algo de frescor. Ojalá inventen algo, antes de quedarnos sin suministro eléctrico, para que sigan funcionando los ventiladores y los cacharros de aire acondicionado. Lo que se ha inventado por ahora es un producto que dicen que rebaja hasta un 60 por ciento de alcohol en sangre y reduce los efectos de la bebida. Una especie de Viagra para engañar a los del alcoholímetro. Para reducir sus efectos no me gasto yo mi honrado dinero en ginebra, que hace mucho que no me regalan ninguna botella.