EN EL FILO
Couso, un crimen de guerra
YA, FINALMMENTE, ha llegado la conclusión de las investigaciones realizadas por el departamento de defensa de los Estados Unidos sobre la muerte en Bagdad, durante la guerra-invasión del país, del cámara de televisión de Telecinco, José Couso, alcanzado por un carro de combate en el hotel en el que residía y desde el que tomaba imágenes del avance de los carros de las fuerzas ocupantes. Las referidas conclusiones no aportan novedad, ni mucho menos sorpresa alguna: los soldados estadounidenses que dispararon aquel proyectil actuaron en defensa propia, dice el informe oficial americano. ¿Se acabó la historia? Parece que caben pocas posibilidades de reclamar, y mucho menos que de reelaborar el informe del oficial que mandaba aquel maldito carro de combate a quien parece que resultó sospechoso que las cámaras de Couso le enfocaran desde un piso del hotel de los periodistas. Eso sí, se puede discrepar de la actuación de las autoridades españolas en esta materia, que no parece que estuvieran especialmente espabiladas ni atentas a la hora de efectuar las reclamaciones pertinentes. «Respondieron a fuego enemigo», llegaron a decir las versiones estadounidenses, ahora un tanto más morigeradas y prudentes, una vez comprobadas las reacciones de rechazo de la opinión pública española, y hasta alguna suave y tímida protesta oficial, en este caso no especialmente comprometido. Nadie pudo dar testimonio de que desde el hotel se hicieran ataques a los carros que avanzaban hacia el centro de la ciudad, y era bien sabido por todos que el Palestina era la residencia por excelencia de los enviados especiales de la prensa internacional que informaba de la guerra. Aún en tales circunstancias, las tropas norteamericanas dispararon ocasionando la muerte de Couso. Y su familia reclama, lógicamente, primero un trato más humano y educado. Una disculpa ya desde el primer momento tanto por parte de las autoridades norteamericanas y una más decidida y atenta actuación por parte de las autoridades españolas hubieran sido imprescindibles para evitar el caso Couso. El Gobierno, en particular, dio por buenas desde el primer momento las versiones norteamericanas, despreciando las contrarias y sin reaccionar a tales explicaciones oficiales increíbles e inverosímiles de «defensa propia ante el fuego enemigo». El Gobierno y sus ministros Trillo y Palacio no estuvieron a la altura de las circunstancias, ni mucho menos. Les faltó, visiblemente, finura, maneras y delicadeza, por lo menos.