EL MINISTERIO de Economía y Hacienda espera que la inflación se estabilice en torno al 2,5 por ciento, pero no es la primera vez que espera una cosa y sucede otra. Los precios son muy desobedientes y no le hacen caso a los secretarios de Estado, ni siquiera cuando interrumpen sus vacaciones para ofrecer ruedas de prensa y hacernos comulgar con ruedas de molino. Además, según un informe de la Caixa, los hábitos de consumo de los hogares españoles están cambiando con gran rapidez y así no hay forma de hacer profecías. El dinero siempre se va con la música a otra parte y sólo se queda en las concejalías de Urbanismo, pero al parecer los españoles nos lo dejamos preferentemente en ocio y en telecomunicaciones. Nos gusta divertirnos y no nos basta con las trifulcas de ese tipo de políticos a los que Aristófanes llamó
, cuatrocientos años antes de Jesucristo, lo que prueba que las monerías no son una habilidad reciente. No conformes con la distracción que supone presenciar las luchas de las mafias rivales en el Ayuntamiento de Marbella o en la Comunidad de Madrid, reclamamos otras diversiones. El ocio requiere llenarlo de algo, ya que sólo los espíritus más selectos no se aburren con la inacción y «el dulce no hacer nada» puede amargarles la vida a los que tienen la cabeza vacía y a los que la tienen llena de números. El capítulo de gastos que ha disminuido es el de alimentación y el de ropa. Muchos compatriotas prefieren hacer el indio a hacer la digestión y ahorran en la comida para gastárselo en una fiesta. En cuanto a la indumentaria, está claro que cada vez nos preocupa menos. Ya no somos los mismos que vestíamos y calzábamos. Sobre todo en verano, nos da igual ir hechos unos andrajosos y no nos importa que nos pisen aunque no llevemos chanclas, con tal de no gastar zapatos. Los sociólogos aseguran que estos hábitos de consumo se acercan más cada vez a los que tienen nuestros vecinos comunitarios. O sea, que somos más europeos, especialmente en agosto.