EN EL FILO
La canícula y el bochorno
LOS EFECTOS de la canícula están siendo considerados en Francia como los propios de una catástrofe nacional. Al drama humano que están suponiendo las consecuencias sanitarias, y que ha sido reconocido por el ministro de Salud, se suman las enormes pérdidas en la agricultura, las restricciones de energía eléctrica y los descensos de los ríos hasta niveles alarmantes... Pero cabe preguntarse por las diferencias en la valoración de las desgracias veraniegas en Francia y en España. ¿Es un problema de sensibilidad de las poblaciones, habida cuenta que las temperaturas y la sequía no han sido tan distintas? Hay un dato que podría explicar esta diferente percepción de la experiencia estival: en Francia ha habido 3.000 muertes vinculadas a la canícula, mientras en España las cifras oficiales dan 30 muertos. Se trata de un desnivel demasiado abultado para que dependa de la psicología colectiva. Al comparar los efectos de la canícula en Francia y en España no cabe descartar lo que podríamos considerar un hecho cultural: las gentes de Andalucía, Extremadura o Madrid están mejor preparadas para hacer frente al bochorno que la población de las Landas o de la región parisina a la canícula. La realidad es que el verano se ha convertido en un problema político para el gobierno francés. Raffarin está teniendo su Prestige en este agosto. Se le acusa de improvisación y tardanza en las medidas. ¿Cuánto hay de crítica fundada y cuánto de demagogia? No es temerario decir que la izquierda le está haciendo pagar a Chirac el apoyo electoral que le dio, aunque si tenemos en cuenta que los sindicatos -los de los actores concretamente- han terminado con los festivales culturales, que son uno de los atractivos de Francia en verano, habrá que convenir que a quien se está castigando, en realidad, es al país mismo. Al margen del aprovechamiento político, las desgracias estivales están reactivando en Francia el debate sobre el medio ambiente y la necesidad de unas medidas revolucionarias. Se trata de la supervivencia y, por tanto, de rectificar todas aquellas líneas de trabajo que pudieron suponer ventajas económicas y hoy se convierten en amenazas. En todo caso, el calor no ha enervado las voluntades sino que ha excitado las inteligencias. Algo positivo tenía que tener la canícula. Pero si esta, al igual que las inundaciones catastróficas, ha supuesto una humillación para la moral colectiva de los franceses, el bochorno no ha afectado apenas a la autoestima de los españoles.