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CRÓNICAS BERCIANAS

Aicha, o la lucha de las mujeres

León

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AICHA ha llegado cuando comienza a remitir el calor. Es como si los hados hubieran querido que la joven dejara atrás todo lo que pudiera recordarle el lugar en el que ha pasado sepultada los últimos 730 días de su vida. Óscar y Elder salieron de su prisión de carbón tras dos días de encierro; Aicha abandonó el viernes su cárcel de arena después de dos años. El domingo aparecían los tres en el periódico, recuperados de la pesadilla, como si se tratara de un guiño del destino. Los barrenistas sólo quieren olvidar; pero Aicha ha decidido no hacerlo. Olvidar queda para los débiles, y ella tiene la fortaleza de querer recordar, recordarlo todo, para poder así cambiarlo. No ha vuelto a España para compartir la vida fácil de las que serán sus compañeras de universidad. No, ella es consciente de que forma ya parte de ese grupo de mujeres que tienen la responsabilidad de abrir el camino para las demás. Ella tiene el deber de no equivocarse para que otras puedan hacerlo en el futuro. Hay otras dos heroinas en esta historia. Sus madres. Porque Aicha tiene la suerte de que la vida de haya brindado dos, cada una con una cultura, cada una con unos anhelos, pero compartiendo uno común. África y Europa se han encontrado gracias a ella. Las tres han perdido algo para ganar algo a cambio. Aicha ha perdido dos años que ha ganado. Ha vuelto con el convencimiento de que tiene que regresar a Tindouf. Durante 730 días ha visto cómo el sol desgastaba la tela de las jaimas y la luna iluminaba sus anhelos mientras dormía. Dos años le han servido para entender el miedo y el peso de la tradición que soportan sus padres, para comparar su vida con la de sus hermanos. «Quiero que ellos tengan la oportunidad que he recibido yo», me decía a las pocas horas de aterrizar en Madrid, con la certeza de que su futuro será siempre volver. Volver para demostrar que Europa no es el infierno; y que el jardín puede venir también de esta esquina del mundo; volver para cambiar la vida de los que quieren que todo siga inmutable, para demostrar que en el desierto los espejismos a veces son reales. Julia también ha perdido. Ha perdido vida: esos mismos dos años no han pasado por ella en balde. Ha luchado, ha sufrido y ha tenido momentos de desesperación. Pero ha salido crecida del envite, no sólo ha conseguido que Aicha vuelva, sino que ha acabado con más de dos mil años de discriminación silenciosa. Ha hecho que en el desierto se mueva algo más que las curvas de las dunas. La decisión más dura la habrá tomado sin duda la madre de El Aaiun. En su vida todo ha sido tan duro como las piedras que han encallecido sus pies, pero su fuerza ha hecho mella en el inmovilismo de siglos de tradición y ha demostrado que su rudeza esconde los mismos tesoros por los que lucha el rey de Marruecos. Ha soltado la cadena, ha dejado total libertad a su hija y, con ello, ha logrado quitárselas a muchas otras. Los velos deben seguir cayendo en una cultura en la que la revolución no puede llegar de la mano de los ulemas, sino del trabajo silencioso de mujeres como Aicha Embarek.