EN BLANCO
Calor y muerte
REFRESCA, pero no volverán a la vida, a disfrutar de otros veranos, los centenares de ciudadanos europeos derribados por la ola de calor. Lo mismo ahora, tras dos meses de temperaturas inhumanas, refresca algo, pero las nieves perpetuas del Mont Blanc se siguen derritiendo, los improvisados instaladores de aire acondicionado precipitándose al vacío, los pollos de las granjas muriéndose y las Burgas de Orense dando un agua no mucho más caliente que la que sale del grifo. Tampoco refresca lo suficiente para los que, abrasados para la eternidad, perecieron en los incendios que asolan esta parte del mundo. Toda esta locura del clima, secos los ríos que el año pasado por estas fechas provocaban devastadora inundaciones, se debe a la mano del hombre, al que diríase se le ha muerto el instinto de supervivencia si lo dejamos ahí, en el hombre, en ese genérico que equivale a todos los hombres. Nada más contrario a la realidad: son sólo algunos hombres, unos pocos pero severamente enloquecidos por la codicia y muy poderosos los que están destruyendo el mundo en que vivimos. Esos hombres, todos ellos con nombres y apellidos, son los grandes hombres de negocios del petróleo, de la electricidad, del automóvil, de la industria, los grandes hombres de todos los grandes negocios contaminantes, y prefieren condenar a la humanidad a un futuro de calamidades que renunciar a un céntimo de sus beneficios. La ola de calor que pasamos se esperaba para dentro de 20 o 30 años de seguir así el deterioro climático inducido de la Tierra, pero, al parecer, la situación es ya mucho más agónica de lo que creían o de lo que nos contaban. Veremos que nos trae el otoño, y el invierno y el próximo verano, si toca padecer de frío o de calor, veremos cómo multiplican esos hombres sus ganancias sobre el yermo.