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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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PUESTO que somos seres sujetos a un torbellino de pasiones, normalmente pecaminosas, la sacrosanta madre Naturaleza ha optado por esa plaga del sida que nos tiene, hablando en términos sexuales, más abatidos que el fogonero del Titanic. Decían los moralistas que el sida sólo afectaba a homosexuales y otros colectivos de mal vivir a los que les falta cuna y les sobra cama, pacata interpretación que la tozuda realidad ha desmentido completamente. No obstante, los expertos sanitarios siguen recomendando todo tipo de profilaxis y medidas preventivas para aquellos que, a la caída de la tarde, salen a calle con la actitud de depredadores sexuales y dispuestos a morder la vida con dientes nuevos. La pandemia ya está controlada, pero el riesgo de contagio sigue siendo tan alto que, por ejemplo en la India, el número de afectados ha aumentado en medio millón durante el último año. Después de mucho devanarse los sesos, las autoridades del país decidieron probar con nuevas técnicas que pretenden proteger a las suripantas locales. Así, han comenzado a impartir unos cursillos de seis meses a las licenciadas en la universidad del placer, con la sana intención de que el ceremonial sexual mercenario, con sus ritos y liturgias, no suponga una bomba de relojería en su futuro. Y para adoctrinarlas debidamente han desempolvado el Kamasutra, libro que abrió en su día nuevas puertas al conocimiento y disfrute de los placeres carnales. Aunque en este caso, las posturas de asalto y recreo no se enseñan a modo de marrullerías de viejo comediante, sino con el loable objetivo de proporcionar placer al cliente sin que tan abyecto pecado facilite el contagio de las acróbatas del colchón. En definitiva, el refinamiento de la cultura aplicado al grosero cuerpo a cuerpo entre hombre y mujer.