Diario de León
Publicado por
ANTONIO CASADO
León

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EL RECIENTE apagón eléctrico en el noreste de Estados Unidos nos mostró a millones de ciudadanos desamparados frente a quienes gobiernan los módulos de su bienestar. En este caso fue la energía eléctrica, pero hay otros : la seguridad, las comunicaciones, el sistema de salud, el suministro de combustibles, el alcantarillado, las redes de comunicaciones, la democracia, etcétera. ¿Quién y cómo se ejerce el control sobre quienes los gestionan? La década de los noventa ha sido fecunda en privatizaciones. Privatizar es adelgazar al Estado, según nos enseñan los economistas. La experiencia en la fiebre privatizadora de estos últimos años que afecta al llamado mundo del bienestar (pongamos «países de nuestro entorno») también nos enseña que se adelgazan los resortes democráticos del control público y, por tanto, también de los ciudadanos pacientes (que no agentes). Así que privatizar es también alejar al ciudadano de lo que es de todos. O sea, cuando lo público pasa a ser privado. El fenómeno tiene su importancia en España. En los últimos diez años la marea privatizadora ha alumbrado un sector público cuya cotización en bolsa no llega ni al 1%, cuando en el año 92 ese porcentaje era del 16,6%. Para otro día dejaremos la perversión añadida de invocar los imperativos del mercado para encubrir que muchas de esas empresas, que antes eran de todos los españoles, a partir del 96, fueron sometidas a un proceso de aznarización, a mayor gloria de la causa del Partido Popular y no de una deseable liberalización. A lo que íbamos. Si privatizar es adelgazar claramente el control democrático sobre los poderes reales, cada vez más globalizados, globalizar también es centralizar la gestión, el control por arriba, de los módulos del bienestar que disfrutan los ciudadanos de nuestro bienaventurado entorno. Mecanismos de poder alejados del individuo que el individuo no puede controlar. Otro módulo del bienestar es la seguridad. Menos tangible que el uso y disfrute de las ventajas de la energía eléctrica, pero también susceptible de sufrir un apagón sin que los ciudadanos sepan por qué y en nombre de que intereses. El 11 de septiembre y sus indeseadas secuelas, como la guerra del Irak, nos ha hecho más inseguros, puesto que en Occidente hoy se vive con más miedo que antes a un ataque terrorista exterior. Sería un exceso afirmar que la guerra de Irak se hizo a petición de los ciudadanos del mundo del bienestar, cuando lo que se expresó mayoritariamente fue un clamor pacifista, desigual (podría matizarse, sobre todo respecto a los ciudadanos norteamericanos), pero el «no a la guerra» estaba y está globalizado. ¿De qué sirvió? En consecuencia, me parece que tendremos que pensar ya en ir hablando de otros apagones en los módulos del bienestar: los tangibles, como el de la electricidad, y los intangibles, como el del control democrático de los poderes reales, cada vez más claramente ocultos en las mareas privatizadoras que están convirtiendo el Estado (lo público) en un palacio deshabitado.

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