AQUÍ Y AHORA
Casablanca
LOS MITÓMANOS cinematográficos se han llevado un disgusto de muerte: Humprey Bogart e Ingrid Bergman, los protagonistas del asombroso romance de Casablanca , no se gustaban. Es más, ni siquiera se disgustaban; lo que hubo entr e ellos durante el rodaje de aquella sublime historia de amor sólo cabe inscribirlo en los territorios de las más perfecta indiferencia. Pero, entonces, se preguntan los mitómanos cinematográficos sin acabar de creérselo: ¿Y aquellas miradas, aquella química, aquella tensión erótica entrambos? Muy sencillo: Casablanca es una película, y Humprey Bogart e Ingrid Bergman, sus principales protagonistas, dos actores espléndidos a los que pagaron para fingir, frente a la cámara, que se amaban. El hijo de Bogart y la hija de Bergman, reunidos el otro día en la conmemoración del 60 aniversario del rodaje de Casablanca , han desvelado que entre sus padres no sólo no hubo nada, sino que uno y otro andaban deseando que acabara el rodaje cuanto antes. No hubo, pues, química entre ellos, pero los mitómanos nunca entenderán que todo cuanto aprecian es ilusorio, fingido y esto, natural en los niños, que machihembran lo ficticio y lo real porque así se va cultivando su discernimiento, no lo es tanto en los adultos que se creen las películas y desconfían de la realidad. No quiero pensar en el sofoco que los mitómanos van a llevarse cuando se sepa que Sam, el amigo de Rick, no sabía tocar el piano. Con lo bonita que era la historia de amor (a tres bandas, o a cuatro si contamos al gendarme) de Casablanca , no entiendo que se prefiera extrapolarla a la vida ordinaria de sus protagonistas, en verdad tan ordinaria como la nuestra. Humprey e Ingrid tenían su vida y el conjunto de sus afectos fuera del trabajo, y eso es tal vez lo que les distingue de sus mitómanos, de los que viven en el cine una vida vicaria, vivida por otros, que éstos creen que lo más apasionante de la existencia, el amor, los viajes, la lucha por la vida, habita para ellos, exclusivamente, en la sala oscura.