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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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ESTÁ A PUNTO de dar comienzo el año real, distinto del año natural que arranca en invierno. Las campanadas de la Puerta del Sol, las uvas y el cava de diciembre se sustituyen aquí por la vuelta al cole, la apertura del curso político y los anuncios de fascículos, que derivan ahora hacia el coleccionismo disparatado, tipo reproducción a escala del casco de Viriato con su resto de caspa y todo. Pero como el mundo se ha vuelto totalmente loco y andamos todos en plan Hamlet, oliendo a podrido en Dinamarca y monologando frente a nuestra propia calavera, o bien se ha adelantado el inicio del año real o bien ni siquiera ha acabado el anterior a juzgar por la inquietante atmósfera que no han dejado de desprender la información veraniega, mucho más densa, más amarga, más asfixiante que toda la compleja dramaturgia del poeta inglés que soñó pasión y sangre en los escenarios isabelinos. Una ola de calor provoca mareantes estadísticas mortuorias en un primer mundo que no quiere ver la venganza telúrica de un planeta medioambientalmente desequilibrado. Una guerra que empieza a remitirnos ataúdes en la que nuestro país ha sido implicado por un gobernante intoxicado por el mal de altura, que ha derrochado sus últimos meses en la presidencia con una sucesión de errores difícilmente igualable. Un panorama político con un candidato en la oposición enturbiado por el escándalo de Madrid, cuya investigación ha puesto el ventilador a funcionar manchando a diestro y siniestro, y rodeado por un equipo de «perfil bajo», como se dice ahora, y por dinosaurios que no renuncian a lanzar mordiscos. Con este panorama político la verdad es que dan ganas de esperar el turrón y empezar entonces el año real.

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