¿Mamoneo?

EN UNO de lo lugares más emblemáticos de Ávila, anejo a las murallas y a la iglesia de San Pedro, se ha construido un edificio de viviendas que ha desatado las iras de la población y la firme repulsa de la Unesco, que lo considera un atentado contra la integridad histórica y monumental de la ciudad. El autor del fiasco es el conocido arquitecto Rafael Moneo. Sin embargo, su responsabilidad es limitada porque no ha sido él quien ha aprobado el proyecto, sino el ayuntamiento abulense. De entrada, el ayuntamiento no cumplió su obligación de someter el proyecto a la Unesco como exige la normativa sobre ciudades Patrimonio de la Humanidad. Al mismo tiempo ha permitido edificar con mucho más volumen y altura de la que existía en las edificaciones anteriores. Sólo estas dos consideraciones reflejan o bien una incompetencia total por parte de la administración local o la presencia de otra serie de motivaciones que es mejor ni pensar. En el caso de Avila, el escándalo generado por el edificio de Moneo es la consecuencia lógica y extrema de una política urbanística discrecional, arbitraria, puesta al servicio de los intereses de los constructores en vez de los generales de la ciudad. La obligación de la corporación local abulense es velar por la preservación del entorno que ha convertido a esa ciudad en Patrimonio de la Humanidad y en una de sus principales fuentes de riqueza. Por desgracia, a lo largo de los últimos años, se ha producido un progresivo y sensible deterioro de ese hábitat histórico-artístico y siempre por el mismo lado: la construcción. Desde esta perspectiva, el caso Moneo debe ser un toque de atención para poner de manifiesto la necesidad de que políticos incapaces o demasiado listos no terminen por destruir una de las ciudades más hermosas del mundo. Hay que movilizar a la opinión pública local, nacional e internacional para evitar la consumación de un despropósito que probablemente haga ricos a algunos a costa de todos.