EL MIRADOR
Debate autonómico en el PSOE
LOS SOCIALISTAS, que se reunieron ayer en un Consejo Territorial que ellos insisten en que tiene carácter de ordinario, pero que tiene mucho de extraordinario, han aportado ya, al menos, un documento. Por lo que sabemos de él, contiene algunas aportaciones interesantes. Y es la primera reflexión política medianamente seria que se realiza mientras afloran los planes Ibarretxe, los inventos estatutarios de Mas, las sorpresas eurorregionales de Maragall y se extiende un cierto descontento general ante la marcha del Estado de las autonomías diseñado en 1977 para salir apresuradamente del mapa elaborado por Javier de Burgos a comienzos del siglo XIX, entroncando el diseño territorial, en cambio, con los experimentos republicanos iniciados, o mejor acrecentados, en 1932. Que España necesita una reflexión sobre la marcha del Estado casi similar a la de 1977-78, pero ahora buscando fórmulas más originales, salta a la vista: hay que conseguir que los nacionalismos se sientan cómodos en el diseño de España como Estado y, claro, como nación. Si ello implica alguna reforma constitucional, habría que comenzar a estudiarla. La Constitución como arquitrabe legal intocable podría ser la peor cuña en contra de esta carta magna de la que ahora se cumplen veinticinco años y que tantos servicios nos ha rendido y ha rendido a la convivencia nacional. Ahora podría ser al contrario, y la intransigencia mostrada por Aznar en contra de cualquier cambio, por mínimo que sea, puede resultar contraproducente antes que beneficiosa para preservar las esencias de esta Constitución que necesita algunos ajustes. No resuelve este texto, al que hay que considerar como base para una discusión más a fondo, el problema de las diferencias' entre vascos, catalanes y el resto de España, ni acaba de definir en qué consiste el federali smo que el PSOE predica y que siempre ha sido una de sus señas de identidad, por más dormida que esta seña estuviese hasta ahora. Cierto que el PSOE ha mostrado muchas incoherencias en su trayectoria autonómica, y que nadie ha sabido encauzarlas hasta ahora. Cierto igualmente que las controversias se han vulgarizado y minimizado, presentándolas, por ejemplo, como un mero debate entre Bono, o Vázquerz, y Maragalll, o Patxi López. Y no es eso: hay incoherencias y diferencias, sí, pero son, en verdad, las incoherencias que se aprecian en muchas facetas del Estado español, en tantas conductas políticas, en cuántos programas ideológicos. Así que, con todas sus limitaciones, insuficiencias, circunloquios y hasta oportunismos, con todo, hay que saludar este cónclave de los socialistas. Han mostrado no poco valor al convocarlo en estos momentos de tribulación, en los que, según la máxima ignaciana, nadie debería hacer mudanza. Por mucho que ellos traten de de minimizar su importancia, temerosos de la coyuntura que vivimos, lo cierto es que este encuentro de Santillana del Mar constituye nada menos que un primer paso para abordar el problema de la vertebración de España, de la unidad de un país en el que el sentido del Estado no está tan presente en las conciencias como debería de estarlo.