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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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USTED ROBA una finca, se apropia violentamente de la casa, de la maquinaria agrícola, del ganado, de los cultivos, del automóvil, y para conservarla le pide a la policía que mande a una docena de agentes para que se la guarden y se la vigilen. Es absurdo, hiere el sentido común. Pero eso mismo, sólo que a lo bestia, es lo que Estados Unidos intenta ahora con Irak, su última gran finca robada. Claro que el empleo de la expresión coloquial, a lo bestia, en la comparación entre el despojo de una finca y el de una nación entera rebaja, por lo ligera, el drama social, humano, sobre el que la potencia invasora edifica el siniestro tinglado de su rapiña. Estados Unidos, o, mejor los grandes imperios económicos e industriales que gobiernan de hecho ese país, ha robado a punta de pistola, esto es, a bombazo limpio, Irak, pero no, desde luego, para que ese desventurado país ahíto de dictaduras y guerras gozase de las dulzuras del bienestar y de la democracia, ni tampoco porque ningún habitante de él tuviera la menor relación con los terroristas que pulverizaron las Torres Gemelas de Manhatan, ni porque el obsoleto y diezmado ejercito de Sadam Huseín, contara con las armas de destrucción masiva con que sí cuentan sobradamente los americanos, sino, sencillamente para apropiarse de su petróleo y de su solar enclavado en una zona de gran interés geoestratégico respecto a una parte importante del mundo. Robado el país, sus legítimos propietarios los iraquíes se resisten y luchan por recuperarlo como se han resistido a lo largo de la historia todos los pueblos invadidos incluido el nuestro ante la invasión napoleónica, y como esa resistencia provoca bajas en el ejército invasor (más provoca, aunque no se cuenta, entre los que se resisten), Estados Unidos deciden que sean otros, soldados de otros países, o de Naciones Unidas los que mueren por garantizar a las empresas americanas sus beneficios. Porque son fundamentalmente empresas americanas las adjudicatarias de las tareas de reconstrucción del país. Y cumpliendo esa lamentable misión están ya, enviados por nuestro gobierno, mil y pico compatriotas. La sensación que se recibe de ello bascula entre la indignación y la pena.