EL RINCÓN
No asomarse al interior
LOS DETECTIVES actuales visten batas blancas. Su jornada laboral no transcurre en las comisarías sino en los laboratorios, ya que no hay pista más segura que la del código genético. Si vivieran en la actualidad, el drogata Holmes, el tozudo Maigret o el pusilánime Hercules Poirot se pasarían las horas muertas mirando por un microscopio. Lo mismo harían los héroes delgados de Dashiell Hammett o los económicamente débiles de Russ Mc Donald. Todo ha cambiado, menos una cosa: las mayores dificultades que han encontrado siempre los buenos policías, imaginarios o reales, provienen de los legisladores.Ahora que el ADN, que es el mayor delator, ha relacionado la muerte de la joven Sonia Carabantes con la de Rocío Wanninkhof, poniendo del revés todas las investigaciones anteriores, vuelven a comprobarse las trabas. La ley de ADN sigue paralizada y continúa sin ser legal asomarse al interior de un sospechoso. Nada impide obtener sus huellas digitales, pero al parecer su código genético es inviolable. Todo el mundo conoce que es una prueba irrefutable en caso de condena, ya que sólo existe una posibilidad de error entre cada cuarto de millón, pero la proteína que se encuentra en el núcleo de cada una de nuestras células es una especie protegida. ¿Por qué ese privilegio del ácido desoxirribonucleico? Las bases de datos del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil acumulan 10.497 perfiles genéticos de personas implicadas en delitos, pero algún imbécil en algún despacho, sólo o con ayuda de otros imbéciles, hace imposible que el perfil se complete y se convierta en retrato. Menos mal que el odio al tabaco no ha impedido analizar la colilla que apareció junto a los restos de la pobre Sonia. Su ADN coincide con el extraído de otra colilla hallada junto al cadáver de la pobre Rocío, hace cuatro años. No se comprende fácilmente que alguien se dedique a matar jóvenes, pero también cuesta trabajo entender que se desaprovechen métodos para capturar asesinos.