Diario de León
Publicado por
FERNANDO ALGORRI RODRÍGUEZ
León

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CUANDO las palabras dignidad y carácter están unidas, reflejan la forma de ser de una persona cuya personalidad define los rasgos que conforman su fisonomía y las distingue de aquellas otras cuyo modo de ser ofrece el aspecto agrio, avinagrado, adusto, brusco o grotesco, que bien por la educación adquirida junto a malas compañías, por agrado o adquiridas biológicamente, es decir heredado, existe en su forma de ser para ser transmitido posteriormente. Esta diferencia en la cualidad de las personas se advierte en todas aquellas, sea cual sea su posición. Lo que resulta evidente es que, por razones de su trabajo, unos lo manifiestan más abiertamente que otros. Por lo tanto, podrán alcanzar estas diferencias entre personas introvertidas o extrovertidas, o sea, de carácter alegre, dulce o sencillamente apacible, frente a aquellas otras de carácter irascible, de mal genio, en la que los primeros suelen mantenerse firmes en su línea de conducta y las otras cuya firmeza de mal carácter es más voluble y, por tanto, más propensas a enfadarse o irritarse, llegando incluso a veces a fingir su estado de ánimo para desarbolar a aquellas personas que no sean de su agrado. Ahora bien, cuando una persona es herida en su amor propio, y su dignidad no se lo permite porque suelen ser sensibles a los desprecios o faltas de consideración que hiera su dignidad, es cuando presumiblemente es origina el enfrentamiento. Y entonces cada cual defenderá su orgullo, la honradez, y la respetabilidad conforme al carácter y manera de ser que distingue a unas personas de otras. Si se trata de investigar la conducta o modo de conducirse de los miembros de una familia, podría decirse que el papel que juegan los padres, en cuanto a la educación que imparten a sus hijos, la mayor parte de las veces es determinante y consecuente con la conducta que éstos propagarán en todos los ámbitos en que se desenvuelva su vida, en el colegio, con los amigos durante y después de sus juegos, etcétera, lo que podría llamarse conducta y carácter hereditarios, que sin ellos pretenderlo tratan de transmitirlo a la sociedad y por ello a veces son realmente rechazados por ella. En las universidades ocurre lo mismo, aunque la forma de manfiestarse es más sutil, más sofisticada. Tanto entre alumnos como entre los profesores, aunque éstos con menos convicción, existen también tales diferencias, si bien, como es natural, son menos frecuentes. Mas no por ello hay que dejar de mantener cierto tacto y la diplomacia que sea necesaria para elegir entre aquellas personas con carácter y dignidad y aquellas otras que carecen de tales cualidades. En el desenvolvimiento de la vida social de cada cual, uno tiene que tener la suficiente intuición para detectar aquellas personas con las que no es aconsejable mantener una amistad o relación social, de aquellas otras cuya conducta no aconseje mantener con ellos cierta amistad. Aunque en principio pueda dar la sensación de que esta elección pueda ser complicada no suele ofrecer ninguna dificultad, puesto que el poder psicológico del que dispone cualquier persona suele ser suficiente para distinguir a las personas formales de aquellas otras que dejan mucho que desear, aunque siempre existen personas delincuentes que engañan hasta a su propio padre, timadores que son amigos de lo ajeno, que resultan mucho más difíciles de sorprender, con los que hay que tener gran cuidado para no ser engañado. Por último están los políticos. Entre ellos los hay con más o menos dignidad de carácter. En este caso el ciudadano tiene que tener la suficiente capacidad de inteligencia para saber distinguir el más aceptable de acuerdo con sus propias convicciones políticas, para confiar su voto a favor de aquel que le haya convencido. De todos modos, conviene advertir que hay muchos políticos que para ocultar o tapar su insuficiencia de expresión y, por tanto, su incapacidad de representar a los ciudadanos con seriedad y fielmente, son amigos de emplerar con harta frecuencia la sátira cuando desean ridiculizar al rival, en lugar de exponer con toda seriedad sus ideas políticas con el fin de satisfacer los deseos de aquellos que tengan intención de votarle, empleando un conjunto de expresiones correctamente y haciendo un uso adecuado de la gramática, sin necesidad de desacreditar al rival empleando falsos testimonios, que muchas veces resultan grotescos dichos por personas a las que se supone un alto grado de cultura. «Es imposible elevarse en este mundo sobre los demás sin dignidad de carácter». (Philip Dormer Stanhupe, Iord Chesterfield).

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