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Publicado por
PANCHO PURROY
León

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ESTE VERANO, los triperos consumidores de bonito, esas rodajas con tomate que levantan la boina, o las rajas vuelta y vuelta untadas en aceite de oliva, pura gloria gastronómica, volvemos desazonados de la pescadería. Sólo venden unos bonitos canijos, de par de kilos de peso y carne blancuzca, aguanosa, lamentable, que hace recordar con añoranza y saliva el gusto exquisito de aquellos bonitos talludos, de diez a quince kilos, en los que el pescatero se solazaba, gran cuchillo y macheta en mano, vendiendo rollizas rodajas rojo sangre de toro, todo músculo, jugosidad y sabor a mar. -Nada, amigo: lo que traen al mercado desde la lonja son estos atunes blancos pequeñajos, y el grande, más raro que una monja joven, escasea a tope. Encima, se lo llevan las conserveras y restoranes de postín. Compre estas sardinas, que a la brasa quedan ricas, y olvídese de imposibles. La biología pesquera nos ilumina sobre el fenómeno, muestra, otra vez, de la rapacería humana, incapaz de reprimir el beneficio abusón, en este país de trincones y robaperas. El bonito o atún blanco, reconocible por sus aletas pectorales que parecen alas de vencejo gigante, nace en el Mar de los Sargazos, punto de reproducción de los bancos de peces adultos. Con un año de vida, torpedillos azules de palmo y medio de talla, se reúnen en cardúmenes veloces que migran hacia el Cantábrico, a las aguas cálidas llenas de quisquillas, pateixos, anchoas, verdeles y chicharros. Con dos años de edad y par de kilitos de cuerpo, les llega la prueba de iniciación infantil: la flota española, perdón: galega, astur, cántabra y vasca, no vayan a cabrearse nuestros autonómicos, quizás nacionalistas, vecinos. Nubes de curricanes y barcos con cebo vivo, tradicionales, pero, cada vez más, embarcaciones armadas de radares y redes de cerco y deriva, causan el mayor infanticidio de bonitos que la historia ha contemplado. Si exterminamos al pezqueñín, ¿quedará algún atún blanco para contarlo?