FRONTERIZOS
Extraordinario
LA FIESTA era algo realmentec extraordinario en aquel Macondo que se hacía llamar ciudad del dólar. Extraordinario en el más fiel sentido de la palabra: fuera de lo ordinario. Callejeábamos rincones de polvo y asfalto pegajoso por aquellos primeros días de septiembre robados al otoño de rutina y niebla que asomaba por las chimeneas todavía mudas y en las avenidas se encendían luces que recuerdo pobres y alegres, aunque el recuerdo puede estar equivocado. Pero las bombillas anunciaban que llegaba el gitano Melquíades a este rincón olvidado del mundo y hasta el silbato del afilador era sinfonía que nos hacía brincar y corríamos al zaguán del ayuntamiento y Lucinda y Valerio repartían sonrisas de cartón que asustaban un poco. Sobre la tierra que todavía olía a huerta recién regada se instalaban familias trashumantes que conocían otras ciudades, quizá otros países, y tenían en sus rostros el gesto indolente del que ha visto mucho, consiguiendo con su mirada neutra abrir desmesuradamente los asombrados ojos de los niños. Ellos traían los prodigios que provocaban placentera inquietud en la piel de los adolescentes: la mujer sin cuerpo, las hermanas Colombinas, la mujer serpiente, el hombre cañón¿ Era una fiesta a la que nos asomábamos con los zapatos relucientes del domingo, tal vez un par de duros en el bolsillo y la emoción del que está dispuesto a dejarse deslumbrar por la algarabía del ferial y el confeti del desfile, por la noche de colores reflejada en el río y la belleza humilde de las muchachas del extrarradio. Cosas pequeñas que eran entonces muy grandes porque no había más hasta el año próximo y doce meses, entonces, era un espacio tan enorme como el que separa los sueños de la realidad, lo ordinario de lo extraordinario.