Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

Los rencores salen de procesión

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León

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SI HAY ALGO que siempre he detestado del programa protocolario de La Encina es el Día del Bierzo con su desfile de cargos en torno al manto virginal de la Morenica, y su almuerzo de cuello duro. Lo de la comida siempre me incomodó, porque un ponferradino de toda la vida ni decir tiene que prefiere el cabrito asado de su madre y el calor familiar, a cualquiera de las delicadezas culinarias del convite y al barullo de prebostes y prebostillos. Jamás me sentí tentado de faltar voluntariamente a la mesa casera, ni aún cuando el abuelo Linares nos relataba como en los albores de este día grande las langostas corrían de mesa en mesa como ahora las gambas. Aún así, hubo tiempos -no tan lejanos- en los que la profesional cordialidad que presidía las relaciones personales entre los políticos hacía relativamente amena tanto la sobremesa como el aperitivo, y a los periodistas les agradaba esa distensión, sin micrófonos ni imposturas oficiales, con los representantes de cualquier grupo. Sobre todo en las tascas de la calle del Reloj y de la plaza de La Encina. Ahora, en cambio, uno asiste a los actos del Día del Bierzo realmente asqueado, sabedor de que el clima de cordial bercianismo que se respira tanto en la procesión de autoridades, como en la ofrenda, como en el banquete, son purita falacia. Las relaciones privadas entre muchos políticos y cargos públicos de la comarca están tan emparentadas ya con el odio que resulta crudo asistir a este encuentro, olvidando de un plumazo tanto amaneramiento hipócrita. Me cruzaré de brazos mientras «raja» el regidor de turno reclamando milagros a la virgen, y no podré dejar de pensar en cuántos de los que se sientan enfrente estarán deseando que se venga abajo el tablao para acabar con él. Veré a López Riesco al lado de Charo Velasco y seré incapaz de apartar de mi cabeza la idea de que acaso esté rogando que se le venga encima de la crisma de esa mujer toda la imaginería religiosa. Contemplaré risueña a la líder socialista y tampoco me resistiré a malpensar. Tal vez esté implorando que en La Rosaleda se abra una réplica de la falla de San Andrés, o que bajo el tren de la bruja del ferial vuelva a brotar majestuosa la montaña de carbón. ¿Y qué lectura podría extraer de un apretón de manos entre González Saavedra y Jesús Esteban; o de una amable sonrisa de Beatriz Anievas para acompañar la petición de un bollito de pan a Fátima López Placer? Nunca como ahora la putrefacción de las relaciones personales había condicionado tanto la actividad pública en esta comarca. Y no creo que exista parangón ni en toda la provincia, ni siquiera en toda la comunidad. De hecho, si todos los vitriólicos humores que arrastrarán esta mañana muchos cargos del PP y del PSOE por el casco viejo se evaporaran, condensaran, y por un raro fenómeno mariano-atmosférico se convirtieran en agua, habría que cambiar la letra al Ponferrada me voy , y donde dice «A la patrona del Bierzo le voy a pedir que llueva» habría que urgirle el Arca de Noé, o bien que la riada fuera de tal intensidad que empujara Sil abajo, hasta Quereño, tantos resquemores inconfesables.

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