EN BLANCO
Líderes carismáticos
A LOS POLÍTICOS se les presta demasiada atención en España y eso, se quiera o no, es muy inquietante. Las políticas que hacen esos políticos, en cambio, no parecen concitar el mismo desmesurado interés y, eso, es mucho más inquietante todavía. Diríase que, para la percepción general, el político es algo grande en sí mismo y no, cual debería ser, en la medida en que trabaja, y a poder ser callada y humildemente, para la sociedad. Pero más grave que esa percepción general de la importancia personal del ciudadano que se dedica a la política es la auto-percepción del dicho ciudadano, que suele ir en la misma línea pero a lo bestia. Herederos de una tradición política sin tradición política ninguna, pues aquí se hacía lo que a unos pocos les daba la gana sin necesidad de disimular ni legitimar la gana con excusa de representatividad alguna, los políticos españoles actuales han heredado, en general, mucho de eso: se creen líderes carismáticos, césares visionarios, portadores de la verdad única y tipos, en fin, superiores y casi perfectos. Perplejo quedé al escuchar a Mariano Rajoy, un hombre que pasa por sensato, afirmar que el gobernante (él da por hecho que ya lo es) debe tomar decisiones contra la voluntad de la mayoría. Al que entrevistaba debió parecerle la cosa más natural del mundo semejante aseveración, pues continuó impertérrito con su cuestionario pelotillero sin rec ordarle que, en democracia, el gobernante tiene la obligación no ya de no contrariar a la mayoría, sino de ejecutar escrupulosamente su voluntad y sus designios. Vendría bien, en todo caso, menos líderes carismáticos que seducen al electorado para defraudarle o ignorarle después y más gente preparada y sencilla que se crea capaz, y se compro meta a ello, de ayudar a resolver y no a agravarlos, los asuntos de la comunidad.