Pornografía emocional

LA UNIÓN EUROPEA pretende obligar a que las tabaqueras incorporen fotos con enfermos de cáncer a las cajas de cigarrillos. Esta nueva vuelta de tuerca contra los fumadores constituye un verdadero ejercicio de terrorismo publicitario, una falta de respeto a la dignidad de los enfermos y una expresión de la tendencia de los poderes públicos a tratar a los consumidores como menores de edad o seres irracionales. Por desgracia, esto ya no resulta sorprendente a casi nadie aunque supone un verdadero ataque a la libertad individual, al derecho de cada ciudadano decidir como quiere vivir o morir siempre y cuando su actuación no lesione la libertad de los demás. A estas alturas, nadie en los países desarrollados ignora los potenciales efectos nocivos derivados de un consumo excesivo de tabaco. Por añadidura, los consumidores pagan elevados impuestos por disfrutar de ese placer que supera con mucho a los costes derivados de las patologías producidas por él. Desde esta perspectiva, los políticos no tienen derecho a imponer a todos los ciudadanos su peculiar visión de la vida sana o impedirles asumir los riesgos que deseen de acuerdo con sus deseos y preferencias. Si se permite legislar sobre los gustos de la gente en pro de su bienestar físico, por qué no hacerlo en nombre de su salud moral. Esto nos llevaría a permitir la censura, lo que es inaceptable pero supone la conclusión lógica del argumento antitabaco. En todo caso, los ciudadanos consumidores de tabaco o no deben oponerse a una iniciativa que se traduce en un ejercicio de pornografía emocional inaceptable en una sociedad abierta. Si se desea reducir el consumo de tabaco porque se considera nocivo que se recurra a la propaganda, a la información a los mil y un instrumentos de los que se disponen en las sociedad modernas, pero resulta intolerable usar la coerción estatal para imponer a los demás lo que uno, varios o muchos consideran bueno para su salud.