EN EL FILO
España en comunidad
DE LOS TRES puntos fundamentales que definen el aznarismo, del que menos se habla es del relativo a la política internacional. Se toma como secundario respecto a la cuestión nacional y a la economía cuando no sólo es clave, sino que así es valorado por Mariano Rajoy, como demostró en el discurso de la sucesión. Por cierto, no se quedó en afirmaciones retóricas, sino que se refirió de forma muy precisa a la necesidad de preservar las nuevas relaciones trasatlánticas. El sucesor considera que el entendimiento entre el gobierno español y el norteamericano es un hecho histórico y que es necesario mantenerlo al nivel en que se encuentra en estos momentos. En efecto, España fue el país elegido por Bush para su primera salida fuera del continente americano (siempre había sido Gran Bretaña) y el presidente español ha sido el tercer hombre de la reunión de las Azores en la vigilia de la guerra de Irak. Sin duda, a esta situación se pudo llegar gracias a las relaciones privilegiadas que Aznar mantuvo con el primer ministro Blair ya en su primer mandato. Los dos definieron conjuntamente una tercera vía que podría definirse como un compromiso entre el laborismo y el liberalismo. Con ello, Blair se distanciaba de sus compañeros de la Internacional Socialista y Aznar ganaba credibilidad en la Europa de los conservadores. Por vez primera, desde hace siglos, España tiene un peso real en la política internacional por sus relaciones privilegiadas con Norteamérica y por su capacidad para favorecer una estrategia común con los países periféricos de Europa -Gran Bretaña, Portugal e Italia- y con los que se incorporan ahora a la Unión como Polonia o la República Checa. En esta situación de relieve internacional ha contado sin duda la holgura económica que en los últimos años está viviendo nuestro país, especialmente interesante en estos momentos de depresión de la mayoría de los miembros de la Unión Europea. Al tiempo que el crecimiento de la economía norteamericana se despega del cuatro por ciento, la nuestra tiende a acercarse a estos niveles. Es significativo que, molesto por este hecho -«picado en su orgullo», diríamos coloquialmente-, Schroeder haya llegado al extremo infantil de explicar el crecimiento español gracias a las subvenciones alemanas. Poco iba a tardar Rodrigo Rato en responder a lo que no deja de ser un disparate «científico» al que no es ajeno el hecho de que Alemania se beneficie del especial trato comercial que supone la Unión Europea.