Diario de León

DESDE LA CORTE

El caso del «activista» descarriado

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FERNANDO ONEGA
León

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ESTA VEZ, al nacionalismo vasco se le fue la mano. Quiere ser tan omnicomprensivo de lo euskaldún, que a punto estuvo de identificarse con un terrorista. Fue hace dos días, cuando difundió el famoso comunicado donde lamenta la muerte del «joven activista». Con ello, los lindes de la comprensión de la lucha armada limitan con el Fraga de la transición que proclamó como «único terrorista bueno, el terrorista muerto» y el PNV de hoy, que se resiste a incluir esa definición en su diccionario. Un ciudadano que tiende una trampa a la policía, dispara para matar y no mata porque el agente lleva chaleco antibalas, no es un asesino. Ni siquiera un homicida. Es un activista . Por si no resultara hiriente la definición del miembro de una banda que ha causado casi un millar de víctimas, el PNV casi disculpa su acción. Para el nacionalismo oficial, ese joven no es un malvado por sí mismo, sino alguien arrastrado por el clima de violencia que se vive en Euskadi. Y, a la hora de dar el pésame a las familias, se da igual a los parientes del presunto homicida que de los ertzainas heridos en un hospital. Es decir, cae manifiestamente en el pecado que le reprochan los partidos constitucionalistas: sitúa en pie de igualdad al agresor y a su víctima. Esta es la mayor perversión de la situación vasca. Los violentos siguen ganando la guerra del lenguaje. Y, en cuanto a la comprensión de la violencia, hay una influyente corriente de opinión que parece haber asumido la tesis radical: la violencia no es generada sólo por la banda terrorista. También la genera el «ambiente». Y, como escuchábamos hace días al prelado Uriarte, la difunden los poderes públicos con sus leyes, sus decisiones administrativas y sus actuaciones policiales. La deducción es terrible: no existen homicidas. Existen circunstancias que llevan a la necesidad de empuñar un arma. Sobre esas ideas se ha construido ETA. Lo alarmante es que ya no es Batasuna quien piensa así. Reflexiones con ese sentido se escuchan desde el altar de una iglesia o desde el meditado escrito de un partido que tiene la responsabilidad de gobernar. A partir de ahora, será difícil que el PNV pueda negar que tiene alguna afinidad con ETA. Ha quedado claro que tiene, cuando menos, alguna simpatía; que comprende la actuación de sus comandos; y que lamenta la muerte de un activista casi como si fuera un accidente, un caso de mala suerte, una acción desgraciada de un chico equivocado¿ ¡Qué pena! ¡Qué lejos sitúan la paz!

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