DESDE LA CORTE
Una txapela en palacio
MAL deben andar las cosas de la cohesión nacional cuando sucede lo que ocurrió con Ibarretxe. Este señor es representante del Estado en su comunidad, pero su asistencia a una recepción del Jefe de ese Estado fue esperada con tanta expectación como si fuese Sadam Husein o alguien parecido. No dijo una palabra para publicar, pero su presencia saltó a las primeras páginas con características de acontecimiento histórico. Tuvo una larguísima conversación de 15 ó 20 segundos con Aznar, y los escrutadores de la actualidad miden la calidad de la sonrisa del Aznar, y hasta se hizo el chiste fácil a costa de Aznar: «dale un abrazo de mi parte a Arzallus». Todo ello es justificable por una razón: el lendakari nunca asiste a estas reuniones. El saludo a Aznar es también memorable porque, que se sepa, no se cruzaban palabra desde el año 2.001, y estamos en 2.003. Así está la cohesión nacional: el jefe del Gobierno del Estado y el jefe del Gobierno de Euskadi llevan más de dos años sin hablar. En vez de celebrar tanto la visita, el encuentro y la novedad, deberíamos estar escandalizados. Pero hay algo peor: la forma como tiene que moverse el Rey en este ceremonial. No dice un discurso, porque, al parecer, no era el momento. Tiene que moverse por símbolos, porque cualquier palabra suya podría ser objeto de polémica nacionalista. Seguramente le gustaría conocer de primera mano las intenciones del Plan Ibarretxe, pero lo impide su papel institucional. Al final, el éxito de la Corona (y no es poco) consiste en que ha conseguido reunir a todos los presidentes de comunidades y eso, para muchos, agranda su función de garante de la unidad. Dicho eso, Ibarretxe hizo una gran operación de imagen. Queda como un señor educado que atiende una invitación de la Corona. Obtiene una presencia en los medios de toda España con un rostro que dista mucho de ser ese intransigente que sólo favorece al entorno de ETA. Puede decir a la moderación vasca que su viaje demuestra que su plan no es rupturista, contra lo que dice el españolismo. Y, encima, obtiene propina: las declaraciones «de Madrid» (ministros, portavoces y periódicos) le piden ahora el gesto de que retire su Plan. Lo cual le permitió ayer responder con algo que, traducido, se puede leer así: «¿veis, queridos vascos, como no se puede tener un detalle con el Estado? Sólo entienden su verdad. No se conforman con la cortesía; me obligan a renunciar a mis ideas». De esta forma, el Lehendakari ya tiene doctrina para mantener su discurso una temporada más. No es que sea muy listo. Es que algunos parecen torpes.