Diario de León
León

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NO pensaba volver a escribir tan pronto sobre los represaliados de la guerra civil, pero diversos aspectos me han hecho reconsiderarlo. El primero, un injusto artículo de Antonio Burgos. Al columnista le molesta que proliferen los libros sobre la batalla del Ebro y que haya quienes deseen dar sepultura a los familiares enterrados en las cunetas. Y amaga con reclamar dónde están sus parientes asesinados por la izquierda. Cada cual ha de decidir sobre su dolor, al que nadie puede poner fecha de caducidad salvo el propio interesado. Si sufrí, tengo derecho a la queja, escribió Vallejo. Pero no conozco a ningún familiar de represaliado que se mueva por revanchismo. Argumenta que los Lorca se oponen al desenterramiento del poeta, pero se calla que intuyen una mera operación especulativa con los terrenos. Reclama olvido, pero ¿quién puede imponerlo por decreto? Hay que superar, que no es lo mismo. La superación se logra cuando se curan las heridas pendientes. En una librería de viejo he adquirido un libro del general republicano Vicente Rojo, minuciosamente anotado por el anterior propietario, quien va desplegando zafios y crueles insultos hacia el militar. En la portada del último libro de Ricardo de la Cierva se anuncia como reclamo temático: «El fusilamiento de Cristo». No sé si para Burgos proliferan también en exceso los libros de Vidal, Moa y De la Cierva. Avergoncémonos de lo que debamos avergonzarnos, enorgullezcámonos de aquello que nos dignifique. España puede hoy mirar hacia atrás sin ira. Asumamos las lecciones de nuestra Historia, que no debemos reducir a fechas y fichas. Hay personas que se sienten en deuda con sus muertos en la guerra y en posguerra, por lazos de amor y deber. Merecen nuestro apoyo, por encima de afinidades o discrepancias ideológicas.

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