BURRO AMENAZADO
A peón por los Picos
UNA SEMANA en Valdeón y Sajambre, con la cuadrilla de alumnos del curso de guía intérprete, rinde alegría. Los hosteleros Pedro y Maite miman estómagos y cuerpos cansados por la trotina, y la lentejada de Julián, en Vegabaño, sabe a gloria tras comentar a la tropa que las cagadas de marta huelen dulce, sin el hedor a montuno de las de garduña. Hubo que arrancarse, en Cordiñanes, de la hospitalidad de Marcelino y afrontar una noche lóbrega, rumbo a Posada, bajo el rumor peñascoso del Cares acunado por ladridos de corzo, berrea de venados, ulular de cárabos, y tintineo de esquilas. De Caín a Soto de Sajambre, la gente sabe que la Universidad de León empuja para que el Parque Nacional sea señero en biodiversidad, utilización sabia de recursos, cultura, atención presupuestaria y economía próspera. El runrún de mal funcionamiento parece tornar a caras más alegres: la quesería gana el premio del gourmet en los Madriles y vende queso azul a manta; agosto, bombazo turístico, tiene un septiembre repleto de extranjeros gozadores; y, sólo los contratos leoninos de Tragsa enfurruñan a numerosos jóvenes, la savia del futuro. Los datos de uso público suministran el retrato de los visitantes. Un ochenta por ciento, apodado generalista, gasta media jornada recorriendo la zona: conducta gregaria, automóvil, embaular cervezas, jamar abundante plato, playeras y no caminar, definen una personalidad vividora, cuentista de esfuerzos por precipicios que ni Don Pelayo llegó a hollar. El resto del visitanteo casi lo copan los naturalistas, un quince por ciento de paseantes que portan prismáticos, mapas, calzado de andarines y tacañería espartana, magros bocadillos sin repostar en restorán. Queda el reducto de especialistas de alta montaña, grey de cuerdas, botas de postín, pies de gato, ropaje marciano, gafas californianas y músculo sólo atento a lo vertical. Aprecio a quien devuelve el saludo, gesto que dicen antiguo, de montañero.