Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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A ESTAS alturas del partido resulta evidente que Silvio Berlusconi, el primer ministro de Italia, es un hombre con pocas ideas, y ninguna brillante ni honorable. Desde un oscuro pasado que incluye relaciones nunca probadas con la Mafia y enriquecimientos tan súbitos como inexplicables, «Il Cavaliere» aterrizó en la arena política luciendo una burda y simplista divisa: menos gobierno en los negocios y más negocios en el gobierno. Aupado sorprendentemente a lo más alto del escalafón jerárquico italiano, logro en el que mucho tuvieron que ver los sensacionales éxitos futbolísticos de su Milán, Berlusconi se dispuso a cabalgar como una bala hacia la historia. Dejando de lado la cobertura edulcorada con que se presentó y ganó las elecciones, comenzó a meter el remo en un mar de desperdicios y mezquindades, evidenciando su absoluto divorcio con esa fruslería bautizada como sentido común. En los últimos tiempos, y sin orden de prioridades, ha insultado a jueces y periodistas, menospreciado a los musulmanes del mundo entero y calificado al siniestro Benito Mussolini, el dictador italiano que se alió con Hitler y llevó a la nación a una tremenda y humillante derrota, como un hombre benévolo que jamás mató a nadie, pues se limitaba a confinar y «enviar de vacaciones» a sus opositores políticos. La última boutade de don Silvio, siempre en su papel de mejor granuja y rico que pobre y decente, se ha vivido en la selecta Bolsa de Nueva York, al animar a invertir en su país con el peregrino argumento de que «las secretarias italianas son muy bellas». Parafraseando a Óscar Wilde, uno tiene la sensación de que al crear a personajes como Berlusconi, Dios sobrestimó un tanto sus muchas habilidades.

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