Estado libre adosado

TANTO marear la perdiz de las autonomías en veinticinco años de Constitución sólo ha servido para volver al principio: los partidos nacionalistas vascos, catalanes y gallegos piden más tarta del Estado. Y, como a estas alturas del reparto ya no queda ninguna competencia que trocear, pinchan en la guinda de la independencia, cada cual para redondear su propio pastel. La estrategia de dar vueltas y más vueltas en política suele dejar a los estados en una situación tan confusa y patosa como la de la perdiz del refrán. Se pierde la perspectiva. Ya es tarde para lamentar que España, uno de los primeros estados de Europa que nacieron a la modernidad hace cinco siglos junto con Francia e Inglaterra, porque lo de Alemania y Yugoslavia siempre fue un batiburrillo federal origen de dos gueras mundiales, haya acabado metida de hoz y coz en el llamado Plan Ibarretxe, que consiste básicamente en tirar para adelante, aunque sea con orejeras: si no de qu iban a reivindicar un ejército propio en la OTAN o un sillón en la ONU, donde ciertamente les sería difícil hacerse entender en vasco o catalán, si no es con un intérprete de la talla poblacional de Ruanda-Burundi. No hace falta ser adivino para profetizar que el asunto del independentismo vasco -el catalán se está incubando y en Galicia el Bloque ya ha puesto el huevo- va a acaparar en los dos próximos años la atención de televisiones y periódicos. Malo sería que engañara también al ciudadano de a pie, que ya tiene bastantes problemas y paga suficientes impuestos como para despistarse del paro o el precio de la vivienda. He aquí otras perdices a marear. Algunos socialistas, como Nicolás Redondo Terreros, que tiene la casta de su padre, el otro Nicolás de la UGT, han avisado ya que por el camino de Ibarretche lo más lejos que se llega es a Hendaya, o sea a emigrar. Dicen también lo mismo los compañeros José Bono y Cristina Alberdi. Pero no Maragall o el alcalde de Donostia, Odón Elorza, que intentan apañar el voto nacionalista. También en esto el paisano Zapatero es muy apañado y no dice lo que piensa, si es que piensa algo: lo atropa todo.