Diario de León
Publicado por
RAFAEL GUIJARRO
León

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EL BANCO de España se preocupa de nosotros como lo hacen las madres con sus hijos más díscolos: existe el riesgo de «un ajuste brusco» en los precios de las casas y el banco nos avisa mucho antes de que suceda, para que así estemos preparados a afrontar la brusquedad, tal vez porque suponga que lo brusco hace tiempo que ha dejado de formar parte de nuestras vidas; que llevamos muchos años de «ajuste suave» en los precios de las casas y nos hemos acostumbrado a ese ir poco a poco. Y no vaya a suceder que un ajuste brusco nos coja a contrapié, sin haberse preparado suficientemente para la brusquedad, y que eso nos vaya a sentar mal, o algo así. Las palabras del banco dicen más o menos así: cabría esperar una reconducción previsiblemente gradual de los precios de la vivienda, pero como esta reconducción no acaba de producirse, debemos estar alerta porque, cuanto más tarde en llegar, «mayor será el riesgo de que el ajuste necesario termine produciéndose de una manera más brusca de lo deseable». «Reconducción» significa en este contexto, y como todo el mundo debería saber, «bajada». Hay reconducciones a la baja y reconducciones al alza, pero ésta de los precios de la vivienda se sobreentiende que será a la baja, porque la «conducción» actual de los precios va para arriba y una «reconducción» sería un cambio de tendencia. La suavidad con que el banco avisa de la brusquedad futura indica que a nadie le parece brusco un crecimiento del precio medio de la vivienda del 78 por ciento desde 1997. Mucha gente se ha forrado comprando casas y vendiéndolas después a lo largo de estos últimos años. A lo mejor hasta cualquiera de nosotros lo ha hecho, y nadie ha encontrado ni el menor atisbo de brusquedad en semejantes incrementos patrimoniales. Incluso ya sabemos que la culpa no es de lo caro que está el suelo porque este año ha crecido «solo» un 10 por ciento mientras que el precio de la vivienda lo ha hecho un modesto 17 por ciento. Así que el problema de la vivienda está más en nuestras cabezas que en la realidad: los españoles construyen, compran y venden más casas de las que necesitan para vivir. Nos gusta coleccionar casas como a otros les gusta coleccionar cromos o relojes: gastamos la mitad del sueldo en hipotecas para comprar la primera casa, pero luego «suavemente» nos dedicamos a incrementar nuestro patrimonio inmobiliario a costa de venderla para comprar la siguiente en condiciones más favorables. Ante situaciones como esta, un comentarista vitriólico señalaba que «nunca ha habido tantas razones para disentir del modelo de realidad en curso»; lamentaba el escaso talante revolucionario de los españoles para cambiar las cosas, sin percibir que un buen revolucionario debería tener su dinero fuera del país que va a revolucionar, en Suiza o sitios así, pero que si lo tiene metido en ladrillos construidos en su pueblo y en el de su mujer es porque le encanta cómo le van las cosas y piensa que van a seguir igual o muy parecidas: la inversión en vivienda, y más a esos precios, es un índice claro de que nadie espera «brusquedades» ni siquiera tan suaves como las anuncia el Banco de España.

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