EL PAISANAJE
Desde Santurce a León
PARA DESGRACIA de los leoneses se sabe menos de lo que piensan nuestros representantes en Madrid que de lo que opinan Arzallus, Ibarretxe y compañía sobre nosotros. Estos últimos salen a diario en la televisión mientras que la tropa local de diputados y senadores sólo chupa cámara cuando Zapatero o Rajoy vienen de fiesta a Rodiezmo o San Froilán, y eso empujándose. Lo del País Vasco es un asunto grave que afecta a todos y no porque importe demasiado la nacionalidad del marmitako o la caldereta, que no pasan de ser los dos un cocido, sino porque el que más y el que menos tiene allá un cuñado soldador o un primo «madero» en la frontera de Hendaya porque no pudo emigrar más lejos. Y, a la inversa, la línea del trenilllo de Feve está repleta de apellidos vascos, la mayoría de muchas generaciones atrás, que llegaron antaño acá para buscar los garbanzos al calor del carbón de las minas. Aparte de muchos nietos que siguen siendo currantes de a pie, y a mucha honra, de entre ellos también salieron presidentes de Diputación (Eguiagaray), algún breve vicepresidente (Vizcay Lecumberri) o alcaldes que reedificaron a su abuelo campos de futbol por derecho propio (Amilivia). Nadie les pidio la partida de nacimiento para integrarse felizmentes entre quienes se apellidaban Tascón, Ordás o Martínez a secas. En Euskadi, por el contrario, los descendientes de leoneses no se llaman Manolín, sino Imanol Arias, por ejemplo, o Inés Tejerina, sino Ainoa, o Josetxu en vez de Pepe. Y aunque vuelven cada verano al pueblo prefieren callar y regresan a casa con el rabo entre las piernas. Salga adelante o no el llamado Plan Ibarretxe ya va siendo hora de que los parlamentarios de aquí digan algo al respecto. Por tierras extremeñas se le entiende muy bien, por ejemplo, al socialista Ibarra, que no andará muy lejos de ser primo de Ibarretxe, dado que este tipo de apellidos no suelen aparecer por generación esponátea en las dehesas y jaras de pata negra. Los hay que siguen preocupándose de la familia.