Diario de León

DESDE LA CORTE

Un debate que produce vértigo

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FERNANDO ONEGA
León

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LOS «PADRES» de la Constitución se han reunido en Gredos. Ha sido una parte del ceremonial que vamos a vivir hasta el 6 de Diciembre, en que la Carta Magna cumple 25 años. Ha sido una reunión emotiva. Allí estaban los rostros -¡tan dispares!- de los hombres que fueron capaces de alumbrar el texto constitucional más duradero de la historia de España. Ninguno ha durado tanto, porque tampoco ninguno contó con una sociedad tan tolerante como la actual, ni este pueblo tuvo en ningún periodo histórico un jefe de estado que hiciera verdad el verso del romance: «¡Dios, qué buen vasallo si oviese buen señor!». Al ver a los «padres» reunido se recuerdan las difíciles circunstancias en que fue alumbrada la Ley de Leyes. Y surge la nostalgia de una época en que todos sentíamos la necesidad de encontrar una norma que enterrase la legalidad de la dictadura y nos abriese el paso de la libertad. Todo eso hizo posible aquel consenso irrepetible. Hoy, al leer su manifiesto, me ha sonado como si hubiera perdido parte de la fuerza de unión, generosidad y capacidad de cesión que entonces impulsaba a los redactores. Pido disculpas si me equivoco, pero a los «padres» no les quedó otro remedio que hacerse eco de ese ambiente que habla de reforma. Su tono es el de súplica ante algo que pocos piden formalmente, pero se ha «colado» en el debate político: cómo se encauza el cambio constitucional. Los «padres» no han tenido más remedio que pronunciarse: «las eventuales reformas que el futuro pueda aconsejar (¿) deben abordarse con idéntico o mayor consenso al que presidió su elaboración». Es una reclamación, una sugerencia, elemental. Tan elemental, que no hacía falta mencionarla. Pero las lecturas mediáticas son como son, y será, probablemente, el párrafo que hoy más destaquen los periódicos. Con lo cual, se traslada a la sociedad la impresión de que hay un debate abierto sobre la reforma: unos la demandan, otros la condicionan. Así surgen los estados de opinión. La Constitución, evidentemente, no es un texto sagrado. No tiene la vocación de «inalterable» que tenían los Principios del Movimiento. Pero sería demasiado arriesgado abrir el melón de su reforma. ¿A dónde llevaría un proceso de revisión, por ejemplo, en el título que habla del Estado de las Autonomías? Conduciría a desbocar el Plan Ibarretxe; a que el nacionalismo catalán quisiera introducir la «soberanía compartida»; a que, ¿por qué no? se intentara revisar el mismo concepto de Monarquía Constitucional. Sólo pensar esas cosas, produce vértigo.

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