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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL PROCESO está siendo muy lento y convenía haberlo hecho sin pausa, pero con prisa. Cada vez hay más gente que entiende que así como todos necesitamos a alguien que nos ayude a nacer, algunos, en concretísimos y especiales casos, pueden necesitar a alguien que les ayude a morir. Eutanasia, como se sabe, significa buena muerte. Lo que no se sabe es por qué no se aplica a los enfermos desahuciados que la piden, si no a voz en grito, porque ya no les sale la voz del cuerpo, con un murmullo. Gracias a Dios, que es más benévolo que algunos de sus intermediarios terrestres, entre las personas que van comprendiendo la necesidad de aliviar los tormentos finales y despedirse del mundo con dignidad, figuran muchos médicos. Ya sabemos, desde Hipócrates, que su misión es luchar por salvar vidas, pero no podemos llamar vida al catastrófico final que el misterioso destino les asigna a algunas criaturas. ¡Qué alegría que seis de cada diez médicos españoles apoyen quze se legalice la eutanasia! Una encuesta del CIS, realizada entre 1.057 profesionales así lo revela. Poco a poco, nos vamos acercando a los países más evolucionados y ya no nos va pareciendo mal que se controle el dolor insoportable, a reiterada petición del que lo sufre, cuando ya se ha abandonado toda esperanza. Desde siempre me he batido a favor de la eutanasia activa con la más leal convicción y dentro de mis modestas posibilidades. Es un tema polémico. ¿Cómo no va a serlo? Entre las cartas que recibo de mis pacientes lectores, curiosamente abundan las que empiezan diciendo: «Yo, que suelo estar de acuerdo con sus opiniones, en el caso de su artículo...». Deduzco que estiman que una prosa es buena cuando coincide con sus opiniones y no porque contenga alguna oportunidad o un adjetivo que provoque una pequeña fogata en los matorrales del idioma o simplemente no agreda a la sintaxis. Permítanme decir una vez más que soy partidario de la eutanasia. Para mí la quisiera, aunque sin ninguna urgencia.