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Publicado por
FERNANDO DE ARVIZU
León

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CUANDO un alcalde estrena cargo, se ve inmerso en una especie de marejada municipal: los problemas, las peticiones de audiencia, los asuntos urgentes llueven a tal velocidad sobre su mesa de despacho que tiene la impresión de ahogarse. Tarda entre tres y seis meses en sacar la cabeza sobre esas «olas» que rompen sin parar, pero mientras tanto, la sensación de agobio puede llegar a ser realmente opresiva. En tal caso, el alcalde tiene dos alternativas. Bueno, en realidad son tres, pero una de ellas no merece comentario: no hacer nada, y dejar que los asuntos se resuelvan solos, o sea, que se pudran por falta de impulso. Pero si el alcalde quiere trabajar, sólo puede hacer dos cosas: la primera -la que menos me gusta- es delegar competencias, y advertir a los concejales que no le importunen con los problemas de sus respectivas concejalías, pues para eso ha delegado en ellos. La segunda alternativa, propia de lo que debe hacer el primer ciudadano del municipio, es examinar personalmente todos los asuntos y remitirlos a los respectivos concejales de área con un pequeño informe, siquiera oral, donde exprese cómo debe resolverse el problema. A partir de ahí, en las reuniones del equipo de gobierno, podrán contrastarse opiniones y adoptarse una decisión más acertada, pues es sabido que varios ven más que uno solo. Pero que el alcalde no se engañe: los fracasos, aún más que los aciertos, le serán imputados a él, no a los concejales delegados. Lo que el alcalde no puede hacer de ninguna manera es limitarse a cultivar su imagen si no hay detrás un trabajo serio, prolongado y generoso. Eso puede dar resultados a la corta, pero no tardando mucho, la ciudadanía percibe lo que de verdad hay: cortinas de humo y echar balones fuera. Tampoco puede dedicarse a actuar según las pautas del conocido «cuento de los tres sobres», pues si empieza por abrir el primero, acabará indefectiblemente abriendo el tercero. El cuento se conoce aplicado a diversos ámbitos de la vida pública, pero yo lo oí, hace unos 15 años, a mi buen amigo Arthur Bodson, entonces Rector de la Universidad de Lieja. Merece la pena contarlo. Un joven rector de Universidad, que acaba de salir elegido, pide consejo a su antecesor, profesor veterano próximo a la jubilación, quien había desempeñado el Rectorado durante varios mandatos seguidos. Sabido es que la Universidad no funciona políticamente como los Ayuntamientos, y estas peticiones de consejo pueden hacerse. Pues bien, el rector viejo al principio se niega. Pero luego lo piensa mejor, y justo antes de que el novel tome posesión, le dice: «Mire, al final he decidido atender su requerimiento y le he dejado en el cajón de la mesa tres sobres cerrados y numerados; ábralos solamente cuando los problemas le agobien tanto que no pueda con ellos». Pasadas las primeras semanas de euforia, le llueven las protestas, las peticiones de fondos, las críticas, hasta tal punto que ya no puede más y abre el primer sobre. Dice «Eche la culpa de todo a su antecesor». Inmediatamente, convoca el claustro de la Universidad, sale a los medios, va por las Facultades, y dice que ha heredado una situación malísima, que su antecesor no exigía nada al Ministerio, que le dejó los asuntos graves sin resolver o mal enfocados... En fin, que pone a su antecesor como no digan dueñas. Con ello, los colegas se calman y le dan unos meses de respiro. Pero luego vuelven a arreciar las críticas: no se puede achacar todo al antecesor, tiene que hacer las cosas él, que para eso le han elegido. Y cuando las cosas empiezan a tomar mal cariz, abre el segundo sobre. Dice: «Cambie algo, lo que sea, pero cambie». Inmediatamente, decide cambiar los uniformes de los ordenanzas, cambia el uso de algunas dependencias y edificios, cambia el ceremonial de los actos académicos... En fin, la gente ve que al fin, soplan vientos de cambio y la cosa se mueve. Pero como no se sabe hacia dónde, es evidente que se ha cambiado por cambiar y las críticas arrecian tanto que se ve venir la moción de censura. Los recursos se le acaban, así que decide abrir el tercer sobre. Dice «Prepare usted otros tres sobres para su sucesor». Trasponga el lector esta anécdota del ámbito universitario al de una alcaldía, y sin duda encontrará jugosos paralelismos que conducen, inevitablemente, a la apertura del tercer sobre (aunque solo sea en sentido metafórico) y a admitir que, acabado el crédito, llega inevitablemente la hora del relevo. Quizá algún mal pensado crea que este artículo es puro oportunismo. No lo es. Desde niño he oído cuanto dejo escrito. Un tío-abuelo mío fue alcalde de Pamplona con la monarquía de Alfonso XIII. Su padre, mi bisabuelo, fue igualmente alcalde de Pamplona bajo la Regencia de María Cristina. El padre de éste, a su vez, fue regidor (así se llamaban entonces a los concejales) y jefe político de Navarra (así a los luego gobernadores civiles), bajo el Sexenio Revolucionario, tras la caída de Isabel II. Y el padre de éste, letrado (entonces llamado síndico) de las Cortes de Navarra, fue igualmente regidor de Pamplona a finales del reinado de Fernando VII. Experiencia transmitida por tradición oral, y suficientemente lejana para que nadie se pique, a no ser que haya comido ajos.

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