EN BLANCO
Un cuarto de siglo
UN CUARTO de siglo es número redondo para las conmemoraciones. Ese tiempo en la sede de San Pedro es una noticia que sólo se ha repetido cuatro veces en dos mil años. Y si a todo eso añadimos que Juan Pablo II, el Papa que celebra sus bodas de plata con el Pontificado, merece figurar al menos por diez motivos en el libro Guinness de los récords (más viajes, más kilómetros, más beatificaciones, más canonizaciones, más pasos por el quirófano, más encíclicas, más peregrinos y altos dignatarios recibidos, más cardenales creados, más ordenaciones de obispos y sacerdotes...), nos explicaremos en seguida la atención de los medios de comunicación, cristianos o no, hacia esta efeméride protagonizada por un personaje de talla humana y espiritual excepcionales. Pero no es el discípulo más que el maestro, y Juan Pablo II ha sufrido persecución, varios atentados e incomprensiones de toda índole, las más dolorosas procedentes del interior de la misma Iglesia. Respecto de esta última cuestión, me maravillan sobre todo las críticas que algunos católicos dirigen al Papa, y que se centran principalmente en reprocharle el no haber incorporado la Iglesia a la «modernidad», entendiendo por tal cosa un sistema de valores y principios incompatible con el cristianismo. Y eso se presenta como algo raro, cuando lo raro, me parece a mí, habría sido justamente lo contrario. Este Papa se morirá, evidentemente, ya que todos sus predecesores también se han muerto, y no se ve razón para que ahora vaya a haber una excepción. Y se morirá probablemente pronto, porque es anciano y está enfermo. Algunos con vocación de buitre parecen estar al acecho a ver si se muere de una vez, en la esperanza de que su sucesor no sea como él. Pero su sucesor será también el vicario de Cristo, y, con su estilo propio, defenderá la misma doctrina, permanente desde el siglo I.