TRIBUNA
El arte de lo posible, en León
HE AHÍ, enunciada en el título, más una pretensión que una definición de la política, que Maquiavelo propuso convertir en ciencia empírica. Puede que en sus comienzos, en momentos tan remotos como arcaicos, la labor del hombre con capacidad de dirigir y organizar a otros, más allá de lo básico familiar, le llevara a asumir en el orden social un cierto rol como gobernante por temperamento o por vocación. Pero hoy, en una civilización avanzada, egoísta, en la que nos movemos con ansia irrefrenable de riqueza personal, rápida y hasta sin medida, desaparece aquella inclinación anímica de voluntaria dedicación al común, sustituida, en el mejor de los casos, por un secuencial espejismo de realización personal, un falso orgullo de representatividad y el poder como meta. Lo de «con afán de servicio», vendría posteriormente a enmascarar un simple modus vivendi que, en demasiadas ocasiones, tiende a escaparse de lo racional. Esta pequeña introducción reflexiva elemental no se puede ceñir, naturalmente, de modo especial a los leoneses dedicados a éste menester, aunque ellos sean, y con relación al envolvimiento (más que desenvolvimiento) autonómico, los que reclaman nuestra atención hoy, atemperada por el último pasaje: Villalar. El valor de la primitiva individualidad política se irá perdiendo asociativamente ante la cada vez más descarada disciplina en los partidos políticos; donde el jefe, el líder, o la cúpula dirigente controlará sin rubor a los miembros integrantes de ellos. Nosotros, los ciudadanos de hoy, descendientes en parte de aquél común primario que decisivamente supo administrarse concejilmente en nuestras aldeas leonesas, tal como el profeso Laureano M. Rubio valora, explica y defiende, contamos tan poco para nuestros políticos, o están en tan alto pedestal que ni débilmente llega a ellos la voz popular y fuera del periodo electoral apenas si nos prestan atención. De ahí que la desafección de los ciudadanos por lo político progrese peligrosamente. Ejemplo del nulo poder de presión de los ciudadanos lo tuvimos en el proceso preautonómico, donde se hizo caso omiso del clamor popular de autonomía leonesa diferenciada. La insensibilidad de un político leonés, entonces en el gobierno de la nación, quedó evidente al aherrojarnos a un ente que no deseábamos, pero, además, con una agravante imperdonable orlada de negativas consecuencias posteriores: Nos aferró estatutariamente a aquél sin personalidad leonesa definida, haciendo dejación de nuestra condición de pueblo histórico con identidad propia. Y en ésas estamos, pasando por díscolos gratuitos, cuando, como ahora, rechazamos estar sentimentalmente unidos a los castellanos en Villalar, con o sin fundación «estrellada». La comunidad, llamada en segunda ronda, Castilla y León, supuso también para los leoneses aspirantes a participar en el arte de lo posible más puestos de trabajo a los que acceder, en los partidos: PP (entonces AP), PSOE, e IU, con supuestas ideologías en cuanto a cómo afrontar las necesidades sociales, que han ido perdiendo vigor y rigor. Y ante la obediencia debida a quien les colocaba en una lista como elegibles, adoptaron como propias sus consignas, se «olvidaron» de sus conciudadanos y votantes, y en el supuesto que nos ocupa, ingratamente de nuestro expresado deseo autonómico. Andando el tiempo hasta se han permitido cantarnos imaginarias excelencias del ente. Como ejemplo viviente de esto: Villalar, con fundación incluida, que el leonés líder del Partido Socialista autonómico ensalza y defiende como «madre de todas las madres» de un sentimiento de fabricación política que por necesario para los planes autonomistas promulgan, y que conscientemente, y como leonés, ni él mismo se puede creer. Es enormemente curioso que el Villalar comunero se nos trate de imponer como capitalidad inventada de un espíritu que no existe cuando en la fiesta autonómica que recibe cada 23 de abril las distintas tendencias políticas autonómicas ejercientes no han sido capaces de asumirla conjuntamente. Este año señalaron como un hito la presencia del presidente del ejecutivo en la proletaria campa, cuando en verdad lo hizo, dicho sin agravio, como los feos, entre dos luces matutinas para cumplir el expediente. Aparentemente, el PP y el PSOE leoneses, sin alcanzar un mutuo acuerdo, sí tienen opinión parecida a la hora de rechazar, en lo concerniente a León, la fundación Villalar. ¡Albricias!. Pero, ¡ojo!, hay que sostenerlo en el ente autonómico. Esperemos que no sea un espejismo en el largo desierto de lo leonés, o que no despertemos como de un sueño en negativo cuando haya pasado el periodo electoral que se avecina. Es sintomático lo dicho por el presidente actual de la Diputación Provincial: «Villalar no representa hoy por hoy, los intereses de León...no me importa tanto el pasado como el futuro». ¿Qué hoy y qué futuro, señor presidente? ¿Engastados en el ente, sin personalidad, e incluso, por ejemplo, sin la capitalidad económica? ¿Harán posible los políticos leoneses, con el arte aprendido y la mirada puesta en sus paisanos, que la identidad leonesa quede recogida en la fundación Cortes de León, y ésta sea asumida por la comunidad autónoma? ¿O una vez más dejarán dormir el tema?