BURRO AMENAZADO
Perdigonadas
LLUVIA de plomo caerá este domingo de apertura de la caza menor. La reproducción de la perdiz roja ha sido magnífica, tras una primavera de lluvia que trajo, entrado mayo con templanza, una buena eclosión en los nidos que la prolífica patirroja esconde entre las pajas de las lindes agrícolas y en los ribazos y cuestas de aulagas, tomillares y piornales con pasto de la montaña. Las familias de perdigones y aves progenitoras, favorecidas por las tormentillas de verano y el verde de una rastrojera sin agostar, surtida en pulgones, escupitajos de cuco y hormigas, los insectos que engordan a los pollos, superan la decena de individuos. Buen síntoma que, antes de sacar la escopeta y el perro, haya en el campo al menos tres perdices rubias jóvenes por cada ave adulta. Dudo que la mesura cinegética impere y que, siguiendo el abecé de una gestión venatoria prudente, se ejecute la norma de dejar en el campo una perdiz viva por cada ejemplar que nos llevemos al morral, en esta temporada favorable a la bella gallinácea, maltratada por la excesiva persecución, la intensificación agrícola y la cerrazón del matorral montano. Ojalá el despliegue de perchas excesivas y la jactancia chulesca de babear en el bar con relatos de cajas de cartuchos disparadas, carnicería, dobletes, pelotazos y pájaros que hacen la torre a kilómetros, torne a comentario templado y disfrute de un sentir el campo, el salvajismo de las perdices que se descuelgan por la ladera y la búsqueda de rastros por nuestro ayudante canino -chucho pueblerino o pointer de alto copete-, independiente del número de veces que aprietas el gatillo. Observar el paisaje de Quintana del Monte, dilatado centenal al norte de Los Payuelos, que, en tres años de cuidado del terreno y cupo de una patirroja por cazador y día, ha pasado de erial perdicero a nutrido cazadero de rubias, demuestra que la naturaleza mimada siempre responde. Corajuda y rústica perdiz: suerte ante las perdigonadas.