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PANORAMA

Madrid y la estética de la izquierda

Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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SI TODO en política suele ser ambivalente -cualquier acción humana tiene, en mayor o menor grado, efectos positivos y negativos--, las elecciones madrileñas de ayer han trasmitido un sabor particularmente agridulce al espectador que ha tratado de ver los acontecimientos con cierto distanciamiento y al margen de la pasión partidista. De un lado, era lógico esperar que el Partido Socialista padeciera un «castigo» en las urnas por haber provocado la crisis, ya que la deslealtad de dos tránsfugas que no acataron su disciplina ha obligado a recurrir de nuevo a la decisión soberana de los electores que ya se habían pronunciado nítidamente el 25 de mayo. Pero, de otro lado, es altamente inquietante comprobar que aquellos traidores se han salido con la suya. Tanto si fueron comprados como si la defección se debió a las energuménicas enemistades que al parecer cuartean internamente a la Federación Socialista Madrileña, el episodio ha supuesto una revulsión de equilibrios que, de entrada, ha desactivado la propuesta de cambio del 25 de mayo y ha «corregido» a la soberanía popular. Ésta accedió explícitamente ayer a tal corrección y la ha consolidado de forma inapelable, pero la tergiversación del designio primero ha de sembrar cierta inquietud en quienes sacralizamos los rituales democráticos en el altar de la racionalidad y vemos con estupor cuán fácilmente se pueden introducir cuñas bastardas en los engranajes de la opinión pública. A falta de análisis más profundos sobre la formación del voto de ayer, todo indica que el centro-derecha ha ganado las elecciones porque un sector de votantes del Partido Socialista ha decidido abstenerse o votar a Izquierda Unida. Quienes han actuado de este modo podían presumir fundadamente que tal sanción a la fuerza política más afín a sus convicciones daría el poder al antagonista, al Partido Popular. Esta abstención era, pues, una medida esteticista, idealista, en las antípodas de todo pragmatismo. Y tal cosa ha ocurrido pese a que la comisión de investigación que fue creada tras la traición de Tamayo y Sáenz, que no aclaró lo sucedido, dejó de manifiesto un cúmulo de sospechas acerca de las familiaridades inconfesables entre la clase política autonómica y el sector de la construcción. El puritanismo ético debió experimentar numerosas lipotimias durante aquellas crudas sesiones que, además, transmitieron una imagen muy pobre de la clase política. «L'esprit est à gauche», escribió Sartre en los años gloriosos en que Europa occidental creía aún en la utopía. La estética era de izquierdas, y en cierto modo permanece todavía en rehén del llamado progresismo, un concepto que habría que revisar con urgencia porque está desnaturalizándose. Seguramente, el reflejo de este esteticismo, y también de una determinada visión ética de la política, ha obrado la reversión de los resultados del 25 de mayo. Hoy, en la práctica política cotidiana, el idealismo es un lujo que honra a quien lo profesa pero que, infortunadamente, mueve pocas montañas en nuestros indolentes y resabiados países, sometidos a inercias muy conservadoras. La ciudadanía de Madrid hubiera dado una exquisita lección de civismo reiterando ayer con precisión matemática el resultado que arrojaron las elecciones del 25 de mayo. No ha sido así porque los electores han hecho uso de su libérrimo albedrío, y tampoco puede decirse que ha sucedido una tragedia. Bien está lo que bien acaba (Shakespeare) y el PP gobernará con toda legitimidad, como hasta ahora. Pero no habrá modo de que algunos de nosotros, de derechas o de izquierdas, sintamos una comezón en el estómago cada vez que recordemos que dos indeseables sin discurso, marionetas de otras personas, entrelazados con tramas ignotas de intereses particulares, han conseguido exactamente lo que se proponían.

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