Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LA MADRE de Idoia Gil Fernández, que todavía va de luto, se encontró en mitad de la calle con el asesino de su hija, a la entrada de un centro comercial. ¿Qué se hace en estos casos?, ¿se saluda cortésmente?, ¿se desvía la mirada?, ¿se simula una gran atención por cualquier cosa? Josep Plá decía que hay tres clases de gentes: amigos, conocidos y saludados. ¿A cuál pertenece el señor que asesinó a la hija de Idoia hace ahora cinco años? La juez de Vigilancia Penitenciaria Ruth Alonso, que ha acreditado otras veces su rara doctrina, por ejemplo cuando puso en libertad a dieciséis presos de ETA, también le concedió el preciado bien de la libertad al asesino de la hija de Idoia, que disfruta de permisos de fin de semana y pasea por las calles de Bilbao con la conciencia tranquila. Hay personas a las que no le gustan estas cosas, pero casualmente todas pertenecen al banco de las víctimas. En líneas generales, los asesinos no tienen nada que oponer. Les parece estupendo poder coincidir en cualquier bar bilbaíno, junto a las tapas más contundentes y atractivas del planeta, con los familiares de sus víctimas. Todo el mundo tiene derecho a tomarse una cervecita. Lo que no está tan claro es que tenga derecho un criminal a tomarse a broma la Justicia. Bien sabe Dios que detesto la conocida expresión que reclama que quienes hayan cometido un grave delito «se pudran en la cárcel». Entre otras cosas porque las cárceles son la putrefacción mayor. Si en ellas se dan algunos casos de redenciones es porque «lo más curioso de los milagros es que ocurren». Lo habitual es que quien entre en una cárcel salga peor. A menudo se produce en ellas una especie de intercambio cultural al revés: los ladrones enseñan sus técnica a los criminales más eficientes y éstos les corresponden enseñándoles cómo se mata con mayor soltura. Yo no quiero que haya cárceles, pero sé que para suprimirlas tendría que no haber delincuentes. De algún modo deseo que nadie se pudra en prisión, pero tampoco anhelo que ocupe la mesa de al lado en un restaurante. Por si pide sangría.

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