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Publicado por
LUIS DEL VAL
León

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EL SUCULENTO pelotazo de los señores Herrero de Miñón y Camuñas que, con una inversión de 32 millones de pesetas lograron convertirlas en 1.070 millones, es parecido al pelotazo de las empresas Abengoa y Heineken, a quienes el Ayuntamiento de Sevilla ha recalificado sus terrenos que han pasado de ser industriales a extraordinarios solares de edificación intensiva, sobre los que se levantarán torres de tropecientas plantas con sus plazas de garaje en sus hondos sótanos. Ha llegado el momento de democratizar las recalificaciones, que siempre van a parar, por una de esas indescifrables casualidades, a personas allegadas por apellidos o por amistad con alcaldes, concejales de urbanismo, consejeros de ordenación territorial y otros cargos del ramo. El urbanismo es una convención artificial, que en principio intenta ordenar el territorio, pero que en su exageración ha convertido una materia abundante, el suelo, en un bien escaso, que repercute a veces en casi el 50% del precio de la vivienda, plusvalía que no va a parar a los bolsillos del constructor, sino de los avispados agentes de la recalificación en origen. El bandidaje público que los ayuntamiento del PP, del PSOE y de IU están cometiendo por las mañanas en plenos y asambleas, para negarlo después por las tardes, mostrando una farisaica preocupación por el precio de los pisos, es uno de los ejercicios de cinismo más escandalosos de la actual democracia. Al grito de «¡Pobre, el último!», la historia de las instituciones que tienen que ver con el suelo es un trajín de maletines y reglamento, cuyo exponente más grosero es Marbella, pero que es una epidemia que sufren los «honrados partidos políticos de toda la vida». Recalifiquemos esta España en la que, muchas veces, los constructores no son los malos de la película, sino los que primero abonan la extorsión, antes de que llegue a los compradores.

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