Diario de León
Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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LAS NOTICIAS sobre un posible acuerdo entre el leonesismo y el bercianismo -o parte de él, al menos- nos hace recordar el trajín de banquetes entre muertos y medio vivos con el que culmina el Tenorio, que ya sólo se hace por estas fechas con carromatos de dinero público, prueba evidente de que también esa tradición nacional está más para allá que para acá: las calabazas iluminadas han ganado por goleada al bueno de don José Zorrilla, que murió renegando de su obra más popular porque nunca le llegó un duro de su éxito arrollador. Hay inquietud entre el bercianismo sentimental que es, no nos engañemos, un bercianismo capitalino que no llega más allá de Villalibre de la Jurisdicción y que tiene un discurso un poco bravucón, como aquellas pancartas que en la pequeña mitología semi-urbana recibían a la Leonesa: «La ciudad de Ponferrada saluda al pueblo de León». Mensajes para un manual psicoanalítico como aquel otro en el que donde el español no llegaba con la mano lo hacía con la punta de la espada. Parece, en cualquier caso, que el leonesismo deseoso de asentarse en el extremo occidental de la provincia va a sentarse a cenar con el bercianismo agonizante después de la catarsis de mayo. Y en esa representación no puedo evitar ver a Joaquín Otero como el Comendador que da la mano a un Tenorio envejecido, que ha perdido su capacidad de seducción y está dispuesto a firmar un contrato en blanco con tal de encontrar su destino. Los buenos aficionados al teatro saben que el amor de Doña Inés salva en el último verso el alma del galán calavera pero, claro, eso ocurre en el teatro: un lugar en el que la mentira está codificada hacia un fin artístico. El código de la política se rescribe permanentemente y su infierno está lleno de difuntos.

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