CRÓNICAS BERCIANAS
Adiós a la república independiente
QUÉ equivocado estaba! Los periodistas que tendemos a dogmatizar cada vez más, a presumir de saber de todo -como recientemente se lamentaba Kapuscinski- somos más capullos cada día que pasa. Así es como me siento tras haber alentado hace unos años la ruptura del bercianismo con la figura castrante de su fundador, Tarsicio Carballo. Ahora me percato de que quienes le sucedieron tal vez acaben mucho más allá de una lóbrega academia; de mendigar aguinaldos navideños con la nariz roja como un pimiento morrón o de predicar a diario por las calles de Ponferrada para un rebaño de sordos. Los nuevos vicarios del regionalismo, que tenían planeado sepultar a su mentor político, terminarán sin embargo convirtiéndolo en mártir y referencia de esta causa quijotesca. El bercianismo, de hecho, nunca ha existido en el mundo terrenal. En las cloacas de la política, al bercianismo se accedía por una cañería que daba a una puerta tras la que se escondía una habitación algo borgiana, mecida entre las aguas calmas del lago de Carucedo, y en la que las paredes eran una argamasa de botillos rubicundos; en la que todo el mundo se paseaba chapurreando una especie de lengua a medias entre el gallego y un dialecto de Tras os Montes, y en la que estaba prohibido no jurar contra el cazurro, no azotarse el lomo con sarmientos frescos de mencía frente al leonesismo invasor, o no repetirse menos de diez mil veces al día que el brutal producto interior de la comarca era equivalente al de la mitad del orbe. Incluso a quienes no conocían realmente esa habitación, sostenida por fustes entreverados de reineta y castaño, pero que habían oído hablar de ella, les gustaba creer en su existencia. Así podían dar rienda suelta a una ficticia jerarquía, que en realidad ocultaba un grave complejo de inferioridad, sobre la que unos se ufanaban en bautizar como la República Independiente del Bierzo, otros el Imperio del Sil, y algunos más el Reino de Tau. El bercianismo ha sido siempre el fruto de la cópula entre la literatura y el folclore, una metáfora para quienes sienten debilidad por la estética hiperbólica del perdedor. El acoplamiento político que se avecina entre la UPL y el Partido del Bierzo (PB) es el signo definitivo del periclitar del bercianismo, de su fingido radicalismo elevado a la enésima pintada. De tal desastre espiritual sólo existen unos responsables, los postreros dirigentes de la organización lubricadora de esa entelequia, que ahora tendrán que apañárselas para abandonar la secreta estancia e intentar sacar la cabeza entre las ratas como terneros que vagan por las sucias conducciones de la política de verdad. Tal vez vuelva a errar, pero acaso en cuatro años, digo, ninguno aparecerá aplastado sobre la barra de un café haciendo proselitismo de un enclave que nunca ha mezclado bien con la grosería política. Entonces, es probable que muchos porten insignias de 24 kilates y se ufane de su perspicacia para la acción pública. Pero sobre sus solapas habrán de cargar con el peso de haber asesinado la eterna épica de la república independiente.