Diario de León

CON VIENTO FRESCO

El espíritu de Simbad

Publicado por
JOSÉ ANTONIO BALBOA
León

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FÁTIMA Mernissi, flamante premio Principe de Asturias de las Letras decía hace unos días, con cierto desdén, que su compañera de premio, Susan Sontag, probablemente no habría oído hablar nunca de ella. No lo sé, pero sí debo decir que yo tampoco conocía a la escritora marroquí. Me impresionó su intervención en Oviedo, en el acto de entrega de los premios. Fue valiente y, sin la rotundidad de Lula da Silva en su crítica a las desigualdades sociales, fue también incisiva y reivindicativa en su propuesta de un modelo de globalización, en el que los Estados faciliten a sus ciudadanos mejores técnicas de comunicación, que ayuden a un diáologo y mejor entendimiento entre las gentes. Simbad no es un emigrante ni ha de confundirse sin mas con el mundo oriental o africano, cuyas gentes amenazan con irrumpir masivamente sobre la fortaleza de occidente. Simbad representa a toda una civilización de viajeros, de mercaderes, de misioneros, que regresan siempre a la metrópoli, a Bagdad, porque esa ciudad era, en el siglo IX, un emporio de riqueza y de cultura, con sus zocos y mezquitas, con los palacios y jardines de Harum al Rachid, con sus poetas y médicos. Simbad en sus viajes de aventura por el Índico intercambia con las gentes de los países que visita no sólo mercaderías, también conocimientos científicos y filosóficos, creencias religiosas, porque conoce el arte del diálogo. Por desgracia, Oriente no es hoy el de Las mil y una noches , sino un mundo cerrado sobre sí mismo, de poderes dictatoriales, y cuyas gentes viven desoladas y sin horizontes. Los emigrantes no huyen sólo de la miseria material, con ser mucha, sino de la inseguridad, la ausencia de democracia, la falta de perspectivas personales. Los que huyen y amenazan las fronteras de Europa son los nuevos bárbaros, al igual que los germanos del siglo V presionaban el limes del Imperio Romano en busca de un mundo mejor. Como aquéllos respecto a los hunos, éstos huyen del sida, de las mafias, de la explotación. Además, y pese a nuestros miedos, saben que Occidente los necesita, porque como cantaba Cavafis en Esperando a los bárbaros : «Y ahora ya sin bárbaros ¿qué será de nosotros? Esta gente era una solución». Fátima Mernissi dice acertadamente que la islamización de Malasia, Indonesia y parte de China no se logró con ejércitos sino a través de mercaderes y misioneros, pues el islám fue, en aquel tiempo, en esencia una estrategia de comunicación. Mucho antes, en el siglo XIX, Fustel de Coulanges en La ciudad antigua señalaba igualmente cómo todos los procesos de sinecismo, que dan lugar en Grecia al surgimiento de la polis y del Estado, se hacen sobre la base de creencias religiosas comunes. En este sentido, la religión ha tenido siempre una proyección ecuménica, que facilita los intercambios. Esto se ve meridianamente claro en el caso de la Iglesia Católica, que ha creado una auténtica comunión entre buena parte de los habitantes de la tierra, lo que facilita las relaciones entre los hombres. ¿Puede haber una auténtica globalización, que no sea exclusivamente la de los mercaderes, sin un verdadero espíritu religioso? Es posible imaginar, concluye Mernissi, un modelo de globalización en la que el papel de los Estados consista en facilitar a los ciudadanos el conocimiento de las técnicas de comunicación y el arte de la navegación y del viaje. Costaría evidentemente mucho dinero, pero bastaría transferir lo que se destina a defensa y armamento a estas instituciones que enseñan el arte del diálogo. Puede ser utópico, pero, a la larga, es la única y la mejor alternativa. Lula da Silva lo dijo muy claro y aún más fuerte: «La lucha contra la miseria es una cuestión ética, no económica. La redistribución de la riqueza es un desafio ético, humanístico y cristiano». La globalización no es un mal sino un bien, pero como todo proceso de sinecismo no sirven sólo las instituciones políticas, aunque éstas se llamen la ONU, si no hay por debajo un auténtico espíritu religioso.

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