Diario de León
Publicado por
CARLOS ANTONIO BOUZA POL
León

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EN ESTE MUNDO violento y desequilibrado, heterogéneo, tan lleno de fuertes contrastes, parece paradójico y al mismo tiempo inevitable la aparición de fenómenos como Antonio Gala, dulce y bondadoso él, incapaz de romper un plato. El de Brazatortas es el colmo de la tolerancia, sobre todo consigo mismo, con lo que a él le interesa, pero excesivamente lenguaraz y agresivo con todos aquellos que no le llevan el agua a su molino. Dispara don Antonio diariamente con un articulito de cuatro o cinco líneas, sin acertar ni una sola vez con alguna idea medianamente brillante, ni original ¿Puede haber articulista peor una vez desaparecido Camilo José Cela? A mí, que tengo a gala ser moderado, don Antonio me aburre y me exaspera cuando cacarea medias verdades y arremete contra un sistema de valores occidental, manifiestamente mejorable sí, pero que le permite a él vivir tan ricamente, como Dios en su reino, y no, precisamente, como humilde y sencillo anacoreta. La hipocresía, las buenas palabras en la línea de lo políticamente correcto, me sublevan. El mundo no necesita petimetres que se adornen con la falsa virtud de la tolerancia. La tolerancia nunca ha sido virtud, la moderación sí, si lo es. Viva pues la moderación, abajo la tolerancia porque es el recurso al que apelan los exaltados, los transgresores, y los rebeldes sin causa que siempre tienen y encuentran enemigos a los que echarles las culpas de sus propios errores, necedades e incongruencias. Todos deberíamos aspirar a ser más moderados que tolerantes, empezando por moderar nuestras propias ambiciones. Necesitamos pues maestros honestos, serios y trabajadores en escuelas para la moderación. Me atrevo a decir que la moderación es la gran virtud, la virtud olvidada que, desgraciadamente, no tiene buena prensa ni recibe apoyos en ningún sitio. Donde hay moderación es casi imposible que surjan conflictos. ¿Quién defiende hoy la moderación? ¿Dónde están los librepensadores? Los medios de comunicación han sido tomados por seudo-intelectuales de medio pelo que han descubierto que al cerebro lo alimenta el estómago. Más que opinión libre lo que hay es publicidad y propaganda para defender intereses crematísticos. La demagogia ha sustituido a la utopía. ¿Quien se preocupa por el enorme crecimiento demográfico mundial? ¿Quién se atreve a decir que los países, no cristianos, del tercer mundo, son tan extremistas que lo ignoran todo sobre la moderación demográfica? Hace 2003 años Jesucristo anduvo por la Tierra y en ella escasamente vivían 40 millones de almas. Hoy el Planeta Azul va camino de ponerse morado con más de 6.000 millones de depredadores, tan consumistas, avaros y necios que no hay cristo que se atreva a volver por aquí. La India tiene 200 millones de ciudadanos -¿fascistas?- inmensamente ricos, poderosos y soberbios, con energía nuclear; y otros 800 millones que nada significan en su propio país. La India por la que tanto babea Sánchez Dragó -amigo invitado de Aznar a la boda de su hija-, duplicó su población en 30 años. Ha pasado de 500 millones en 1972 a 1.000 millones en el 2002. ¿Es posible y conveniente darles de comer bien a todos? Etiopía, el flagelo con que fustigan nuestras conciencias todos los telediarios, tenía 25 millones de seres humanos en 1972 y, 30 años después ronda los 50 millones. Su tasa de natalidad supera el 44%. En estas condiciones, no creo que fuera muy cínico exclamar: ¡menos mal que se mueren el 26% porque de no ser así, ¿a dónde iríamos a parar? Egipto «disfruta» de una tasa de crecimiento anual -no confundir con tasa de natalidad- del 30% frente al 17% de tasa media mundial que ya es una barbaridad ¿Se le puede llamar a esto terrorismo demográfico? ¿Nos conformaremos con ser políticamente correctos y la seguiremos llamando eufemísticamente «presión demográfica»? ¿Hasta cuándo? Antonio Gala y otros como él, tan convencionalmente equivocados, van por ahí cojeando siempre de la misma pierna, cargándole todas las culpas a Occidente, especialmente a los malévolos EE.UU. de Norteamérica. No me parece el de La pasión turca un buen ejemplo de ecuanimidad, con capacidad moral especial para discernir entre el bien y el mal. Todos estamos en el mismo barco, en la pretendida aldea global, pero algunos se reproducen muy deprisa, ocupan demasiado sitio, y además empujan. ¿Dónde está su solidaridad?

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