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FERNANDO ONEGA
León

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EL GOBIERNO y su presidente acaban de pasar una situación ridícula. Están con la pájara. Para contarnos por qué han reducido el personal de la embajada en Bagdad, han necesitado los siguientes tramos: primero, filtrar a un periódico que «España inicia la retirada de su personal». Después, la ministra de Exteriores comunicó de forma confusa que se trataba de una retirada temporal. Más tarde, el propio Aznar trató de explicar que ese personal había sido llamado a consultas, no evacuado. Y ayer, ¡sorpresa!: Ana Palacio lo redujo todo a una simple mudanza: la legación española en Bagdad va a cambiar de edificio y, mientras se habilita, se despoja de funcionarios. Así se le explicó a Iñaki Gabilondo. El recorrido es de antología. De antología del absurdo. A todo esto, mirad los periódicos de ayer. Algunos titulaban a toda portada: «España evacua su Embajada». Los editoriales más comprensivos calificaban la decisión como «prudente», dados los peligros de la zona. Otros, más exigentes, reclamaban un debate en el Congreso. Y no faltaron las voces que, coincidiendo con el PSOE, se preguntaron qué hacían nuestras tropas allí, ya que tenemos que evacuar al personal civil. Y toda esta tormenta, por un simple cambio de sede. Ya lo decía San Ignacio: «En tiempo de tribulación, no hacer mudanza». Pero lo más intrigante es por qué Aznar, sin cuya autorización no se mueve un papel, nos cuenta esa milonga de la llamada a consultas. No podía aspirar a ser creído, porque esa costumbre diplomática se hace a los embajadores, no al personal de base. Tampoco parece razonable que tratase de mentir o engañar a los ciudadanos, porque no hay precedentes de esa actitud en nuestro presidente. Por descarte, sólo cabe una posibilidad: por primera vez conocida en su mandato, el señor Aznar no tenía ni idea. Sólo así se puede entender que haya elevado un simple cambio de casa a la categoría de llamada a consulta. Si seguimos con esa lógica del desconocimiento -insisto, una vez descartada la mentira o el engaño-, la reflexión siguiente nos lleva a una delicada conclusión: Aznar, que tacha los días que le quedan en Moncloa como los antiguos soldados tachábamos las dianas que nos quedaban de mili, ya no está en la gestión. Está en la «gran política», pero «pasa» del detalle. Ofrece síntomas de ausencia y desinterés por las cuestiones diarias. Ya tiene mentalidad de ex presidente. Desde luego, no estaba, estaba en otra cosa, cuando se decidió esa puñetera mudanza. La mudanza más difícil de explicar -¿y de creer?- de toda la historia.

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