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Publicado por
León

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TENIENDO en cuenta que los tomates están a tres euros el kilo, y que un ramillete de perejil lleva camino de costar lo que una docena de rosas, no es extraño el agriamiento del debate político en torno a los siderales impuestos con los que nos machacan. Porque las contribuciones siempre han sido muy jodidas, pero es que ahora en cualquier repunte del IBI, del recibo de agua, o de la tasa del vado te juegas los yogures del mes. De ello parecen ser muy conscientes los políticos profesionales, que adoptan ahora extrañas filosofías para explicar las subidas generalizadas cuando están al mando de las finanzas locales, y que son capaces de esgrimir las tesis más antagónicas cuando apuran el cáliz amargo de la oposición. Se maravilla uno al observar a Gallardón proclamando la necesidad de elevar la cuota del IBI en un 50% para las viviendas vacías en la capital de España, mientras Rato y compañía vende a bombo y platillo la bondad del PP desnudando tributos por toda la piel de toro. Y todavía se queda uno más perplejo cuando escucha a Trinidad Jiménez flirteando con esos amenazados propietarios que en Madrid poseen tal vez dos, tres o acaso cuatro pisos criando fantasmas en el barbecho de la especulación inmobiliaria. Aunque tampoco hay que ir tan lejos para observar el comportamiento cada día más demagógico de los políticos con el tratamiento de los impuestos. En Ponferrada se añade un diez por ciento a la factura del agua y el gobierno Riesco se saca de la manga no se bien qué actualizaciones para justificar el engordamiento de las cuentas de la pobre familia Del Pino -Ferroser-. Y luego, por supuesto, ni hablar de las tesis Gallardón para las viviendas vacías, que para eso también están las doctrinas de Rato y Montoro para agarrarse como a un calvo ardiendo. Claro que tampoco parece preocupar demasiado a la socialista oposición la «clavada» a los pisos de sobra, no vayan a terminar soliviantando ellos a los patrimonios inmobiliarios más favorecidos. Además, para justificar tal desinterés sólo hay que amarrarse a las tesis de la Trinidad versus Gallardón. En Bembibre, en cambio, donde gobierna el PSOE, el PP denuncia subidas inverosímiles que luego el alcalde acaba reduciendo, como en el caso del agua, a menos de un euro para el noventa por ciento de la población. Otro tanto ocurre en Corullón, o en Fabero, donde el socialista Demetrio Alfonso piensa como Gallardón sobre el IBI... Los argumentos para criticar o justificar el licuado de la cartera de los administrados son tan flexibles que se adaptan a cualquier ideología tradicional. Al ciudadano común, para no perder el tino además de los pantalones -porque no va a haber quien llene el carro en Carrefour-, sólo le queda ya la meditación en posición zen, y constatar si por lo que «afora» cuando menos sus calles están aseadas o si el agua llega con la presión justa al cuarto piso. Porque sus administradores públicos aplicarán siempre a los impuestos el consabido espíritu «marxista». Lo decía Marx, Groucho Marx: «Estos son mis principios, y si a usted no le gustan tengo otros».

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