PANORAMA
Rectificar, ni a tiros
LA ASIGNATURA pendiente de los españoles se llama rectificar. No sabemos todavía hacerlo con alguna naturalidad. Si Gallardón rectifica, está mal porque rectifica, y si no lo hace, está mal porque se mantiene en sus trece, el caso es atizarle antes, durante, y después. Quien dice Gallardón, dice Rajoy, Zapatero, Odón, Michavila, Bono, hasta el pobre Queiroz ha sufrido por alinear lo único que le quedaba de su maltrecha defensa. Ha zurcido una línea improvisada y todos han dicho que debía haberla zurcido de otra manera. La cosa es que el otro siempre está equivocado y yo siempre tengo la razón. Si se casa el Príncipe, porque se casa y si no lo hace, porque todavía no lo ha hecho. Si Letizia rectifica, porque lo hizo, y seguro que lo volverá a hacer en cuanto le pete. Si no sabemos aceptar la posibilidad de rectificar en los demás es porque pensamos que sabemos más que ellos y no nos han pedido nuestra autorizadísima opinión. Casi todos los que se molestaron con la boda de la hija de Aznar, resultó que no les habían invitado y por eso les parecía evidente que las cosas estaban mal hechas porque no habían contado con ellos. Tal vez por eso se coticen tan caras las dimisiones: nadie quiere reconocer que sus errores han puesto en peligro una institución como la Comunidad de Madrid y que otros lo harían mejor, con menos tensión, con más capacidad de rectificar cuando lo que intentan no resulta fácil de entender o es sencillamente incomprensible o está mal hecho, como aquella lista con tránsfugas. Los que critican las rectificaciones de los demás suelen ser incapaces de rectificar ellos, y así les va y nos va a los demás cuando no tenemos más remedio que soportar su fanatismo, su poca flexibilidad para sacar la pata, hasta que cambiemos de empresa, o les despidan a ellos, o vayamos a unas nuevas elecciones, si se trata de políticos. Y que nadie me critique porque sé que tengo razón.