TRIBUNA
Crecer por dentro para cambiar el mundo
HAY una frase pronunciada por doña Letizia Ortiz, con motivo del compromiso matrimonial, que ha quedado grabada en mi corazón. Su prometido -nos desvela- es una persona «afanada en crecer por dentro y tener una visión del mundo y de la vida muy justa y muy comprometida» . Ciertamente es un caminar necesario para todos, para la vida, que ha de ordenarse hacia el bien en toda su verdad. Afanarse con desvelo, en esa búsqueda interior donde habita el sagrario del alma, es una buena orientación racional. Todo un valor a cultivar y a cultivarse. Necesitamos universalizar la mente y, para ello, nada mejor que acudir a escuchar nuestra propia voz, la que mana del profundo silencio. Somos hijos del verso y la palabra. Por ello, si en la poesía vivimos, en paz habitaremos. Poetas de todos los tiempos han pedido la voz y la palabra para achicar mares de injusticias y abrir cauces de aire limpio, horizontes de libertad. Hoy también se necesita ahondar en lo que somos y solicitar -no mendigar- que mengüen las desigualdades. Tanto el rico como el pobre, el capital como el trabajo, han de tener iguales derechos y deberes. En medio del trajín diario, olvidamos nuestro propio desarrollo, crecer en humanidad desde la humildad, el juzgarnos antes a nosotros que a los demás, el donarnos sin letra de cambio. Convendría reencontrarnos a nosotros mismos, reintegrarnos en vez de desintegrarnos. Seguro que así el crecimiento sería más auténtico, o séase, más integral, en cuanto respeto a la persona por ser persona, para que el crecimiento fuese completo. No somos una posesión a poseer, más bien somos una donación a donarse. Ya lo decía mi abuela: la avaricia rompe el saco. Una mirada sobre nuestro alrededor permite ver rápidamente la falta de humanidad que tiene el mundo, dividido en bloques y sometido a rígidas ideologías y gobiernos que caminan hacia su propio interés, sin someterse a ningún análisis moral. Por ello, a mi juicio, es esencial la actitud espiritual, un cambio de mentalidad, una conversión que pasa por reconocernos a nosotros mismos, como somos: personas humanas; y no marionetas del poder; sea el político, económico o social. Con tantos avances y sabidurías, ¿cómo podemos permitir todavía que se muera de hambre en la tierra? Antaño los pueblos y los individuos aspiraban a su liberación, hoy todavía seguimos en lo mismo, en liberarnos de ataduras, como puede ser la abundancia del consumo o el armarnos hasta los dientes en vez de abrirnos a compartir y cerrarnos en abrazos, los unos con los otros. Días pasado visitaba una fundación que lleva en marcha bastantes años, creada por un joven: Ignacio Pereda. Tras licenciarse en Derecho, quiso llenar su vida por dentro, aunque para ello tuviese que renunciar a una vida fácil. Comprendí entonces el gozo, -después de oír sus palabras y de quedar asombrado por tanto empuje solidario-, la alegría que da entregarse a los últimos, a los que nada tienen. No tuvo que irse al tercer mundo. Encontró esa miseria entre nosotros. Su entusiasmo proyecto pretende recuperar el sentido familiar de personas que por diversas circunstancias no han podido, ni pueden experimentarlo, y nos hemos encontrado con gratísimas sorpresas. Se las voy a relatar, sobre todo, ahora que los gobiernos, autonomías y administraciones locales, han creado tantas ventanillas a favor de la familia; las que, por cierto, ni están todas abiertas, ni ofrecen tantas soluciones, ni resuelven tantos desajustes. El concepto de escuela de solidaridad, se afianza en sus tres programas: «Mejor con Mamá» (de intervención sobre madres con hijos que viven en situaciones de emergencia. Se pretende la recuperación física y psíquica e estas madres y su preparación laboral así como procurarles el retorno a su independencia e integración en la sociedad). «Mejor Ocupado» (talleres ocupacionales para formar en diversos oficios artesanales a jóvenes de ambos sexos acogidos en el hogar). «Mejor formado» (persigue la promoción, la capacitación y la responsabilidad necesaria para la integración social y cultural. Esto se lleva a cabo a través de distintos curso). ¿Es posible combinar programas con esta diversidad humana -niños, madres, jóvenes, adultos, discapacitados...- dentro de un mismo espacio físico? La respuesta, aparte de saltar a la vista de lo vivido, me la dio su fundador, Ignacio Pereda: «No sólo la existencia de distintas generaciones es posible dentro de un mismo espacio, sino su coexistencia, lo que implica convivencia pacífica y comunicación» . Cuando me encontraba con esta familia tan peculiar, surgió una llamada de una entidad solicitando su ayuda. Querían deshacerse de un minusválido extranjero y no sabían cómo. La persona en cuestión no tenía ninguna familia que le acogiera. Peor que un perro. Yo insistí en que lo arropasen, pero faltaba espacio. Ignacio Pereda me comentó que esto sucedía cada dos por tres. ¡Qué dura vida en un mundo de ricos! Y por ello, les ha llevado a pensar que era necesario contar con un espacio más amplio del que se dispone, con más capacidad y recursos, y entonces me llevaron a Sierra Elvira -en Granada-. Ilusionados me mostraron el proyecto de nueva sede para la fundación, que aborda la adquisición de una finca de grandes dimensiones, además de un grupo de ocho viejas casas adosadas de dos plantas con semisótanos corridos y dos naves de antigua construcción. El proyecto, que se encuentra ya muy avanzado por lo que pudimos ver, contempla la rehabilitación de las estructuras existentes, adaptándolas a sus necesidades. Se quiere crear un entorno propicio para el desarrollo de este «taller humano», tanto en la edificación como en los lugares exteriores. Un entorno que de por sí sea terapéutico y sanador, tanto por la sencillez y orden en el diseño, como por la estética del mismo. Reconozco que la lección vivida jamás la olvidaré. Sus testimonios me dejaron sin lágrimas en el alma. ¡Palabra! Posteriormente, llevé a mi diario, el poema de sensaciones que me habitó. Luego, en silencio, registré a golpe de corazón, que una buena manera de crecer por dentro, pasa por desarrollar los talentos de la sabiduría y por acrecentar el talante de ayudar a todo aquel que nos requiera. Todos nos necesitamos de todos. La más saludable forma de encender la luz de la alegría, el gozo de sentirse bien, es la entrega de uno mismo a los demás. Unirse para construir un mundo más humano, justo y compasivo, nos da fuerza. Y es posible, claro, con sembradores de amor verdadero. Todo cambia menos el amor que nos cambia a nosotros, para mejor.