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Publicado por
LUIS DEL VAL
León

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A LOS POCOS DÍAS de que una presentadora de televisión -Letizia Ortiz- fuera rescatada por el Príncipe de Asturias de los platós para emprender el camino que la puede llevar a ser futura reina de España, otra presentadora, reina de los telediarios -Rosa María Mateo- se enteraba por una amiga de que la iban a despachar de los platós. Plutarco redivivo se vería en un aprieto para construir unas vidas paralelas entre Letizia y Rosa María, pero como a partir de los cuarenta años uno deja de creer en las coincidencias gratuitas está claro que ambos hechos nos ilustran sobre la importancia de la televisión en nuestra sociedad. No es la televisión la que se proyecta en la sociedad, sino es la sociedad la que se proyecta en la televisión y se reconoce en ella, y se identifica allí. Tanto personaje soez rondando por los programas, recitando vacuidades groseras y haciendo apología del mal gusto no podía dejar de influir en esos chicos que han hecho un máster y les han enseñado todo lo que quisieron saber sobre las tablas in-put, out-out, pero no les enseñaron buenas maneras. Las pocas que tenían se las han dejado en el camino, porque al trepar se cae casi todo de los bolsillos del alma, y despachan a los iconos que forman parte de la biografía social a través de una llamada de teléfono de la secretaria. El Príncipe, por su parte, ha intentado poner esperanza antes de que cunda el desaliento y, en ese lodazal de mal gusto y descortesía, ha ido a elegir a su novia para indicarnos que no todo está perdido. Pero puede que lo esté. En Estados Unidos a una Rosa María Mateo en esas circunstancias le hubieran llovido las ofertas de otras cadenas. Allí, como no tienen historia, cuidan la contemporánea y a quienes la representan. Aquí, los maleducados con pasado quieren ser americanos e imitan lo peor.