El maldito virus

UNO de mis muchos amigos y benefactores a los que nunca llegué a conocer, José Plá, me reveló que ser viejo es tener miedo a caerse y a resfriarse. Quizá sea peor lo primero, ya que puede uno partirse un hueso, cosa que difícilmente ocurre al estornudar, pero a cierta edad también hay que tener mucho cuidado y hacer todo lo posible por no resfriarse: cualquiera puede ser el último y definitivamente dejamos de fumar y de comprar aspirinas. La gripe no sólo es mucho peor, sino veinte veces más mala que la del año 2002 y está provocando la saturación de las urgencias. Además, nos aseguran que el maldito virus redoblará sus esfuerzos durante las tres próximas semanas. El estado de alarma que se sufre cuando uno espera algo malo es con frecuencia más desagradable que cuando lo esperado llega. Por si fuera poco, nos están metiendo en el cuerpo, que todavía está sano, el miedo a hospedar el virus gripal y el miedo es otro virus, capaz de destruir nuestros íntimos ordenadores, como los informáticos. ¿Qué podemos hacer contra el minúsculo enemigo?. Sólo vacunarnos y rogar a nuestros dioses que la vacuna sea en nuestro organismo más eficaz que en el de esas personas que a pesar de haberse vacunado cogieron un gripazo horroroso, con su consiguientes efectos especiales, tan parecidos a los del vulgar resfriado, que siempre queda como un poco ridículo. Resfriarse carece de grandeza. Cuando Cervantes, tan poco dado al insulto, condesciende a contestarle a aquel villano de Avellaneda, que se atribuyó la autoría de la primera parte de El Quijote , sólo habló, de pasada, del «resfriado ingenio» del impostor. Hay que vacunarse. No sea que vayamos a irnos antes de tiempo, con la de cosas que nos quedan por ver en este espasmódico país que hemos venido llamando España. Todos los días decido hacerlo, pero por unas cosas o por otras, que casi siempre son las mismas, lo dilato. Entre mis dudosas capacidades hay una indiscutible: la capacidad de aplazamiento. De todas maneras, de pasado mañana no pasa.