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Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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ESTO está empezando a ser cargante. Tiene ya algo de «opio del pueblo» que nubla las mentes este asunto redundante de los nacionalismos y del rompimiento de las unidades consuetudinarias. Aburre ya a los bovinos éste tirarse a la cabeza lo que queda de las españas. Y eso, cada día, con nuevos ribetes, nuevos envoltorios, pero es la misma munición tediosa y envenenada. Si seguimos en esta progresión geométrica, en marzo del 2004 no se sabrá muy bien a qué nos están convocando a las urnas: si a plantar cara a los desvaríos secesionistas o a plantear salidas a los graves problemas que deben ser resueltos en nuestra sociedad. Porque nadie parece acordarse de esos problemas que se vislumbran agazapados, y como temerosos de asomar la cabeza, en lo más recóndito de los programas de los partidos. Recordemos algunos: el desempleo, la hiriente precariedad laboral, la inaccesibilidad de los jóvenes y de los menos jóvenes a una vivienda con precios pecaminosos, el galopante incremento de la violencia en nuestra ciudades, la falta de criterios claros y de voluntad política firme para afrontar los restos de la inmigración, el imparable fenómeno de la violencia «de género», la actitud laxa y condescendiente con las empresas que contaminan nuestros mares y nuestras tierras, la reparación de nuestra descompuesta imagen tras nuestras aventuras belicistas... Son tantos los problemas que resulta ofensiva esa insistencia en darle vueltas a la estéril noria nacionalista que en realidad persigue la perpetuación en el poder y el reforzamiento de unos privilegios que, cuando se comparan con la situación en otros territorios, (no hace falta ir muy lejos) son sencillamente escandolosos. Se echan de menos políticos, en uno y otro lado, con la autoridad que da la razón y con el convencimiento en lo que se quiere hacer. Políticos con la cintura, y hasta con el cinismo («político», claro) necesarios para eliminar las veleidades nacionalistas del centro del debate. Porque pueden ser el morbo cotidiano, pero no son el centro de la preocupaciones de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y la inmensa mayoría es la que sigue tirando del carro. ¿O no?

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